sábado, 21 de noviembre de 2009

“ELLOS” Y “NOSOTROS”

Desde luego que llegamos a ser parte de la Orden Francmasónica, nos llega a nuestros castos oídos de Aprendiz la voz, sea por boca del Orador, del Venerable Maestro, o de cualquier otro Hermano Masón, la noticia de que nuestra institución se encuentra extendida a lo largo y ancho de toda la geografía universal –lo cual es mentira, pues la Masonería está aún prohibida en regímenes totalitarios y en teocracias orientales, pero en fin…-- y que “encontraremos a Hermanos prestos a defendernos”, apelando a la reiterativa, real y no exenta de tintes de cursilería, Gran Fraternidad basada en el sentido de amistad, amor y respeto mutuos, de manera entusiasta y sincera entendemos (o creemos entender) que todo aquel que se precie de pertenecer a la Masonería es Hermano nuestro, sin diferencias de raza, religión, ideología política, edad, condición social o ingreso económico, sin mayor discrepancia entre uno y otro que el mérito y el demérito. Después de todo, todos somos iguales ante el GADU y aspiramos a la construcción de una Humanidad armónica, solidaria, integral y basada en el amor al género humano, reconociéndonos como parte de un Todo universal.


Palabras todas estas que sin duda han mareado al amable lector y que en sí, guardan consonancia con la extensa ideología masónica que se puede resumir en el celebérrimo Código Moral Masónico. Y todo, por supuesto marcha bien hasta que aparece el fatídico primer “pero”, dado, por supuesto, invariablemente por el masón de mayor antigüedad –o de mayor edad—en la Logia: “Pero… no puedes visitar a los ‘otros’”
¡Chispas! Nos preguntamos, ¿quiénes serán los otros? ¿Acaso los Caballeros de Colón que juran acabar de manera sanguinaria con los masones? ¿Los Legionarios de Cristo? ¿El Opus Dei? ¿La mismísima jerarquía eclesiástica? Es natural que pensemos en éstos grupos de manera inmediata, después de todo, es una verdad de Perogrullo y hasta una certeza histórica que Masonería e Iglesia (fundamentalmente) Católica son enemigos irreconciliables, de acuerdo a lo que hemos aprendido aún siendo Profanos.
Pues no, aquellos “otros”, o acaso debiéramos mencionarlos como “ellos” son otros masones, los que aceptan mujeres, los que hacen logias mixtas, los que han exilado al Ser Supremo al ostracismo, los que sustituyen a la Biblia por Constituciones Políticas, los que osan cambiar de lugar y significado a las dos columnas, los que cuyos ritos tienen apenas cien o doscientos años de historia y no los dos o tres mil que presumimos con terquedad chichimeca, los que son revolucionarios y no tradicionalistas, los que no respetan las costumbres, los que boicotean los actos cívicos, los que no se pliegan a las decisiones de la GLUI… o a la inversa: los reaccionarios, los que no aceptan mujeres, ni ateos ni agnósticos, los anquilosados, los que se niegan a salir de los Talleres, los que guardan en el cofre de los secretos sus conocimientos, los que prefieren la simulación a la autocrítica, los que se jactan de una Regularidad muy cacareada pero poco entendida, los que se niegan a cambiar, los que guardan celosamente los “usos y costumbres” que no existen, los que presumen de su rito como el único válido, los que ven por encima del hombro a los “otros”, a “ellos”, a los irregulares, pobrecillos, como la secta luterana o la tendencia lefevrista que se escindió de la Única Verdad Verdadera.

Ellos y Nosotros son iguales no en la forma, pero sí en el fondo: ambos se niegan a tender puentes que se acerquen mutuamente entre sí; ambos idolatran –en México—a Benito Juárez con fanatismo mesiánico; ambos predican diatribas y vituperios contra una Iglesia (y a veces razones no faltan) que, triste verdad, ya ni caso nos hace; ambos previenen de los escandalosos abusos del Neoliberalismo económico, advierten de las amenazas de la ultraderecha, de los peligros del conservadurismo… pero ninguno de los dos mueve un dedo para impedirlo en cualquiera que sea su frente; ninguno se preocupa por defender a su Patria de las amenazas –reales o imaginarias—que se ciernen sobre él.
Se contentan con programar con meses de anticipación una cena, o comida solsticial que se ofrece como irresistible imán para limar asperezas, acercar Hermanos, armonizar ritos, fraternizar logias… aunque para el 25 de junio o el 28 de diciembre todo vuelva a la normalidad del descrédito mutuo, del rechazo entre las partes. El maniqueísmo masónico vuelve a “Ellos” y a “Nosotros” en dos polos opuestos, en las dos abstracciones políticas que han permeado el continente Latinoamericano: la Revolución y la Reacción… y ninguna otra forma ilumina el Camino.
Ser masón es más que tener una etiqueta, es más que pertenecer a un rito, es más que ser parte de una Logia, o integrar una Obediencia… ser Masón es ser también Ciudadano del Mundo, interesado en la problemática que afecte a toda la comunidad humana, aunque la trinchera sea un pequeño villorrio o una megápolis pujante, aunque solo sea educar a los hijos será un paso suficiente en beneficio de la Humanidad. Aunque sólo sea sembrar dos o tres árboles en nuestra vida, aunque sólo sea escribir un poema, aunque sólo sea ser absolutamente fiel a nuestra Verdad y a nuestros ideales; aunque sólo sea pagar impuestos (si son justos, claro), o ejercer el derecho al voto, o tener honradez en nuestro trabajo, o ser puntual en nuestras citas, o ser verdadero amigo de nuestros amigos… Es más que enseñar a los Aprendices a odiar al de enfrente, a rechazar al contrario, a negar el saludo a los “irregulares”, a no comprender que nuestras diferencias deben ser un puente que nos acerque y no una muralla que nos divida, a entender que la belleza del Universo radica, precisamente en que todos los seres humanos somos diferentes y que es nuestra obligación el continuar siéndolo…

martes, 17 de noviembre de 2009

EL SÍMBOLO PERDIDO - CRÍTICA LITERARIA

Pues bien, volvemos a estar en la picota, gracias Dan Brown. Una vez más los masones y la Masonería se encuentran bajo la inquisitiva mirada mundial, buscando el colocarnos el pie para poder tropezarnos y soltar a bocajarro nuestros más oscuros secretos y misterios más misteriosos, habidos y por haber. Aunque quizás ello no sea necesario: gracias a la lectura de El Símbolo Perdido (Planeta, 2009), miles o tal vez millones de ávidos lectores se crean a pies juntillas la teoría conspiracionista de que la Francmasonería posee y custodia un Gran Secreto que pondría a temblar a más de uno en las pretensiones de dominación universal.



Si algún mérito hemos de darle a Dan Brown en éste, su quinto thriller policiaco, es que se encuentra mucho mejor estructurado que el anterior (El Código Da Vinci, Umbriel, 2003), ha mejorado su calidad literaria y trata a la Masonería con bastante justicia, pues en ésta ocasión los masones somos los “buenos” y el único villano de la novela resulta ser un infiltrado que durante 10 años urdió una enorme venganza… lo que tampoco deja de mostrar al Supremo Consejo del Grado 33º de Washington, D.C., como un hato de cándidos que ni se imaginaban que podían ser penetrados en el nivel máximo del escocismo norteamericano. Pero en fin, sin infiltrado, no habría trama y por ende, novela.
A diferencia de El Código Da Vinci, ésta nueva entrega posee una dinámica más entretenida, el argumento es más atrapante que el anterior y sus personajes son menos fantásticos y caricaturescos. Aunque el villano resuma perversión y maldad pura, esto le da una mayor notoriedad… claro que no deja de ser un antagonista marcado por una tara física (como Silas, de El Código…, que era albino), ésta vez de manera voluntaria. Nuevamente el héroe es Robert Langdon, que dista mucho de ser un Indiana Jones, aunque tampoco esperemos un Atticus Finch (Gregory Peck, Matar a un ruiseñor) o un Quijote que desafía a los molinos de viento creyéndolos gigantes. Más bien, Langdon es un héroe intelectual, atrapado, una vez más en una intriga en donde habrá de emplear su ingenio y sus conocimientos más que la fuerza bruta, en salir airoso de la multiplicidad de problemas en que se ve envuelto.
Otra razón para darle las gracias a Dan Brown es que no dudamos en que la novela despertará las ansias de miles de personas a nivel mundial que busquen ingresar a la Masonería, ya sea por volver a estar de moda, por curiosidad literaria o por poder penetrar a los “Círculos internos” que se refieren en el thriller. Una razón de peso para sostener éste punto es el hecho de que tras la publicación de “El Código Da Vinci”, en 2003, el Opus Dei vió incrementadas sus filas en un 40% tan sólo en los Estados Unidos, país poco católico. O bien, habremos de toparnos con varios conocidos y conocidas que nos harán preguntas acerca de la Masonería, tomadas por supuesto de la lectura de El Símbolo Perdido. Nada más por eso, éste best-seller habría de ser lectura obligada entre las autoridades masónicas, para que no sean sorprendidos cuando algún periodista del sensacionalismo barato, algún familiar cercano o algún amigo profano en cotilleo de café comience a hacer preguntas incómodas acerca de la Orden y que las mismas sean argumentos desviados de la verdadera esencia de la Masonería. Nuestras autoridades habrían de leer el libro tan sólo para estar preparados. Además de ser garantía de, por lo menos –acompañados de una taza de café o chocolate—disfrutar una buena trama y pasar un rato agradable en una fría tarde lluviosa.


No nos esperemos, ni por asomo, encontrar una calidad literaria como la que habría en La insoportable levedad del ser (Milan Kundera), Ensayo sobre la ceguera (José Saramago) o Demian (Hermann Hesse). No estaremos leyendo a un Carlos Fuentes, ni a un Orhan Pamuk, ni a un Jorge Luis Borges, ni a un John Updike. No. Se trata de un autor comercial, y por lo mismo, es fiel a su espejo diario. Su finalidad es escribir libros atrayentes (no necesariamente interesantes), jugar en los mismos un poco –o un mucho- con la fantasía, con la ciencia y con las teorías de la conspiración, venderlos y forrarse el bolsillo de dólares contantes y sonantes. Hay que matizar que Dan Brown no vende gato por liebre: sabe y lo anuncia que se trata de un camelo, de una historia cuyo fin es el entretenimiento, lo mismo que si fuéramos al cine a ver a Steven Spielberg y quisiéramos compararlo con Akira Kurosawa o con Vittorio de Sica. O si viéramos un filme de Lindsay Lohan esperando encontrar a una Audrey Hepburn. Lo terrible del caso es cuando el público lector cree sin ambages que la verosimilitud es igual que la veracidad
Debemos leer El Símbolo Perdido, por lo menos para estar preparados y hablar con conocimiento de causa: desmentir o afirmar, según sea el caso, lo que se dice de la Masonería y de los masones en la novela. Y si no, por lo menos, entretenernos un par de noches sin sufrir con los reallities show de Televisa y Tv Azteca y evadirnos un poco, pues también las mentes brillantes deben descansar.

domingo, 15 de noviembre de 2009

MASONERÍA Y POLÍTICA

He aquí que la Biblia señala que cuando Jesús de Nazareth envió a sus apóstoles “como ovejas en medio de lobos”, les hizo una postrer recomendación: “Sed prudentes como las serpientes e inocuos como las palomas” (Mat, 10:16). De igual manera y ya que tan bíblicos somos en ésta Masonería nuestra de cada día, habíamos de retomar algunos pasajes del libro más vendido del planeta (la Biblia, por supuesto; lo sentimos, J.K. Rowling) y rediseñar algunos fragmentos de la Liturgia de Aprendiz, para que a los nuevos no se les sorprenda con la realidad verdadera y sin ambages de la curiosamente llamada “Fraternidad”, refiriéndome, por supuesto, a las sabias palabras del mártir del Gólgota citadas arriba. Senda advertencia es ésta, que nos enseña a andar, dijéramos en México, “con pies de plomo” ante los avatares no solo de la vida en sí, sino de sus múltiples protagonistas, vengan de donde vengan y emerjan del orificio que gusten, inclusive de la Hermandad donde somos peritos de todo y remendadores de nada, pues no es lo mismo criticar que gobernar, y si no lo creen, recordemos a Boris Yelstin antes de ser Presidente de Rusia.

Y ya que andamos en éste andamiaje, cabría analizar acerca de la situación que guarda la política en el seno de los talleres, esa abuela desterrada de la Masonería, el familiar incómodo de la hermandad que tiene prohibido hablar de ella, lo mismo que de la religión, como dos ovejas negras expatriadas del seno familiar, pero que muy a pesar de todo, la primera sigue permeando a quienes pertenecen en la Masonería, esto es, a los masones. De la segunda (la religión) ya hablaremos en alguna otra ocasión.

Es en el contexto de la traicionera pero seductora política, donde los Hermanos de la Escuadra y el Compás debemos andar con los pies de plomo, o dicho de forma neotestamentaria, “ser prudentes como las serpientes e inocuos como las palomas”. Frase que tampoco especifica si el palomar y el serpentario son o deban ser tan variopintos como los motivos de ingresar en la cacareada “grilla”, pues si se aspira a ser cándido, la inocuidad puede variar si la paloma es zurita, tripolina, silvestre o torcuaz. O si la sierpe es astuta, habría que ver si vale lo mismo ser crótalo, lución, constrictora o la simbólica Anfisbena… mas no divaguemos y señalemos que la incursión de los masones a la política es un asunto con tintes de cualidad ciudadana. Lo que vendría a ser la prueba definitiva y definitoria de que los Hermanos Tres Puntos somos entes sociales, preocupados por el devenir histórico, social, ecológico, cultural y económico de la comunidad en la cual nos desenvolvemos y que, no habiendo un mejor modo –creemos— de generar un canje en lo profundo del entorno, a veces nos contentamos por crear un cambio gatopardista en el que cambiamos todo para que nada cambie, tal y como ocurriera en los comicios mexicanos del año 2000 cuando el Hombre de las Botas sacó al Partidazo hegemónico de Los Pinos para imponer otro que salió igual, o peor que el vilipendiado tricolor.

El peligro de ingresar en la política es el considerarla una actividad altruista, sencilla, simple, común y silvestre, tanto como meter mano en el tejado de nuestras casas pretendiendo impermeabilizarlo, sin saber siquiera ir a la ferretería a comprar la brocha. Y miren que el recubrimiento de la techumbre doméstica resulta ser fácil, no así el meterse a cuestiones de la política, que rara vez entendemos o que extrañamente hallamos sincera, leal, noble y honesta; por lo menos en este continente que reza a Jesucristo y habla en español, pues la mayoría de las veces nos topamos no con pared, sino con un verdadero muro de cientos de pulgadas de grosor en éste sentido, reconociendo, más tarde, que la actividad política es tramposa, deshonesta, desleal y olvidadiza. La política es una actividad que puede ser grande, esclarecida, linajuda, magnánima y preclara, puede llevar a la heroicidad –como ha hecho de cuando en cuando—a quienes la asumen como un compromiso desinteresado y les otorga un lugar en la historia local, nacional o mundial. Para desgracia de todos los que tenemos (o nos preciamos de tener) dos dedos de frente, ésta visión utópica de la Política se encuentra en lontananza. Después de decir estas palabras, no nieguen que surjan voces que apelen a mi falta de cordura, mi escasez de tacto o mi nulidad de experiencia y defiendan a capa y espada los beneficios de ser político y la obligatoriedad masónica de desarrollar dicha actividad (pues los masones debemos ser políticos, dicen los que pretenden ser duchos en el tema), aunque nos vaya la vida, la honra o la fama en ello. Nada más leyendo “La Jornada” a diario y “Proceso” cada semana, nadie se transforma en perito de la política, aunque se insista en ello con tozudez fanática. Nada más llevándonos con un líder de moda y asistiendo a mitines multitudinarios; nada más con tener buena oratoria y sacar su credencial de militante, nadie se vuelve ipso facto en político, digan lo que digan. Ni juntando todo esto. Y si no me creen, ahí tenemos al celebérrimo Rafael Acosta, “Juanito”, que por andarse metiendo a desfacer entuertos acabó en la picota. Pero este es un caso extremo de un hombre desarraigado, así que mejor concentrémonos en citar a otros famosos que pretenden encontrar el Hilo de Ariadna y llevar a los exilados a la Tierra Prometida… si es que se nos ocurre alguno que lo haya hecho…

Es de comprenderse que el masón se incline hacia la política, pues finalmente antes de ingresar a la Augusta Institución de los Misterios, por lo general, anduvo brincando de partido en partido o de asociación en asociación que le permitiese brillar en ésta –o en cualquiera otra— actividad, sin lograrlo muchas veces. Además, existe un maridaje histórico –y más bien diríamos amasiato, por aquello de que no está legalmente tipificado en los ancestrales y celebérrimos Landmarks— entre Masonería y Política, desde que los Hermanos Ingleses protoespeculativos de 1715, 1717 y años subsecuentes planearon otorgar legitimidad a Su Majestad Británica Jorge Luis de Brünswick y Wittelsbach, o Jorge I de Hannover, en contraposición con las aspiraciones del legítimo heredero a la Corona, Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, “El Viejo Pretendiente” y crearon una sociedad pro-Hannover refundando a la ancestral Masonería, que ya estaba en las últimas, toda vez que los viejos masones “operativos” estaban cuasi extintos y la nobleza inglesa andaba buscando un partido político que no fuera partido, una institución ideológica que no estuviera comprometida con nadie y un sistema filosófico en que poco se filosofara en asuntos mundanos… y encontraron a la agónica Masonería.
El problema era que existían documentos antiguos en que se especificaba que los Masones debían ser leales al Rey, a Dios y a su Maestro, pero ninguna mención de agruparse para fines partidistas. Los Hermanos de la Rubia Albión dieron carpetazo al problema y poco más tarde señalarían que no cabían las discusiones sobre política en el seno de los Talleres. No hacía falta, pues cuando un grupo en conjunto se pone de acuerdo sobre a quién plegarse, se acaba la discusión. Eso fue lo que hicieron los masones Hannoverianos, haciendo de la política, la “hermana incómoda” sempiternamente de la Masonería y relegando a los estuardistas al ostracismo, como dijera dos siglos más tarde Luis Echeverría, tachándolos de “Emisarios del pasado”, solo que con un hiperbólico término mejor: “Irregulares”, así se exiliaron en Francia y en otros países a la espera de volver a ocupar el trono inglés, buscando apoyos, pizcando ayudas por aquí y por allá, hasta que en 1738 Su Santidad Clemente XII sacó su famosa bula “In eminenti apostolatvs specula”, con la que condenaba a la Masonería que andaba ya por toda Europa alebrestando el gallinero a favor de los Estuardo. Y como al Vaticano –razonó—no le convenía ni los unos ni los otros, y menos una institución que estaba politizando todo el continente sin pedir su venia, de paso condenó a ambas partes: los Hannoverianos y los Estuardistas. Asunto arreglado.

Fueron más listos los Hermanos que promovieron la Independencia de las Trece Colonias, y desde un principio llegaron a una especie de arreglo tras bambalinas para acomodar la emancipación del norte de América. Sirvió además que el Rey inglés Jorge III estaba un poco chiflado y le importaba un comino que un grupo de masones pretendieran libertar un territorio agreste, inútil –porque no había oro- y pletórico de granjeros y gente puritana, más papistas que el Papa. Así nacieron los Estados Unidos, en medio del desprecio militar y el ostracismo político de una metrópoli que hizo como que se defendía, mientras que los colonos y milicianos hacían como que guerreaban. Más desafortunado fue el paso de la Masonería Política en Latinoamérica, pues con sus raras excepciones, la experiencia de la América Hispana fue más bien tormentosa, desconfiada y hasta traumática. Solo Benito Juárez en México, Francisco de P. Miranda en Centroamérica, Simón Bolívar y José de San Martín en Sudamérica habrían de mostrar al mundo que la política y la masonería funcionan y pueden andar de la mano y ellos, incólumes y egregios prohombres de la Masonería, pueden volar sobre el pantano sin mancharse… o tal vez manchándose poco. Lo que no anticiparon estos nobles patricios fue el desgarriate que habrían de heredar a las generaciones posteriores de sus émulos, quienes pretenden colgarse de sus hombros para alcanzar las alturas del poder… pero así es Latinoamérica: se nimba, se corona y se recuerda al que levanta la mesa, no al que sirve las viandas…

En apariencia, la Masonería se rige por un sistema democrático muy particular, a lo masónico, diríamos. Y en teoría, la Democracia funciona, lo mismo que el cristianismo de Jesús, el socialismo de Marx o el maldito Supercolisionador de Hadrones en Suiza. En realidad, el gobierno masónico es, no una Democracia Representativa, sino más bien (en la mayoría de las logias) una Gerontocracia Aristocrática, en que vale más el tiempo que lleves dentro de la Orden que el esfuerzo que hagas en menor tiempo. No hay que olvidar que la Masonería tal y como la conocemos hoy en día, proviene de un sistema Monárquico como el inglés. Parlamentario, sí, pero Monárquico a fin de cuentas. Por tal causa, las decisiones son verticales y provienen de un solo hombre, no de un conjunto de ellos. Cuando la Masonería llegó a México y el resto de Latinoamérica, los Hermanos de entonces no se percataron del contexto en el cual se desenvolvía, pero lograron adaptarla al sistema Republicano que más ha permeado en la Región: el Presidencialismo a ultranza (y no el parlamentarismo tan ansiado por las nacientes democracias latinoamericanas), por lo que no es raro que surjan caudillismos y cacicazgos dentro del seno de los Talleres Masónicos que conforman la inmensa geografía nacional. No siempre esto es así en todos lados, pues existen logias que han logrado apechugar el problema y restringen sus decisiones a la mayoría del quórum, sean Aprendices, Compañeros o Maestros los que decidan. La dificultad reside en el momento en que se va a decidir el nuevo gobierno, pues por ley sólo pueden votar los Maestros Masones –eso sí, los masones somos profundamente respetuosos de nuestras leyes masónicas y profanas—. Afortunadamente el ingenio humano no tiene límites y esto se resuelve creando a diestra y siniestra Supermaestros Masones, como si se fundaran tiendas Oxxo en cada esquina.

Haría falta que los masones nos metiésemos, sí, a la política, pero no para volvernos poderosos, sino para ayudar a los más necesitados, a los olvidados, a los vulnerables. Haría falta que asumiéramos el rol que ha hecho famosa a la Orden Masónica: el de la lucha por las causas sociales, no importando o importando muy poco quién o quienes detentan el poder que finalmente es temporal, pero NUNCA como institución, sino como ciudadanos. Haría falta que fuésemos menos soberbios y aceptásemos que también hemos tenido Hermanos políticos y estadistas de dudosa moralidad, de poca sensibilidad, de nula humanidad. Haría falta que fuésemos menos cobistas y zalameros con los políticos en turno y más combativos y valientes para señalar sus errores, y también honestos y dignos para aplaudir sus aciertos. Haría falta que asumiésemos el riesgo de cambiar nosotros antes que pretender vanidosamente, cambiar al Mundo que nos rodea. Haría falta que también en lo interno de nuestra Masonería fortalezcamos a la Institución, viendo hacia el futuro, no hacia el pasado. Haría falta que tengamos la misma visión en común que cita el Querido Hermano Cuauhtémoc D. Molina García:

“Aquéllos “masones” que quieren ver a la Orden convertida en una suerte de partido político, o de organización no gubernamental, desempeñando un activismo social y profano, o bien desconocen lo que la masonería ES, o claramente tienen intereses y afanes protagónicos que mucho se alejan del verdadero espíritu, objeto y objetivo de la Augusta Orden Fraternal.

“Más vale que reflexionen y que decidan su pertenencia a la Institución, pues desconocen uno de los principios fundamentales de la enseñanza masónica que dice:

“La Masonería comienza su obra en los hermanos, y por consecuencia lenta, pero eficaz y profunda, la termina en la sociedad profana”. (http://logiaconcordia.blogspot.com/)

miércoles, 28 de octubre de 2009

ME ENCANTA DIOS...

En ésta ocasión, haré de lado mi habitual sarcasmo y mi galopante crítica hacia la Masonería, para compartir una de las prosas más bellas que he escuchado. Se trata de "Me encanta Dios" del Maestro Jaime Sabines (1926-1999), aclarando pertinentemente que IGNORO SI FUE MASÓN. Y hago ésta aclaración toda vez que luego luego los masones andamos colgando de la fama de verdaderas lumbreras. Además, el pensamiento que incluyo lo hago porque, fuera o no Masón, constituye una de las aportaciones más hermosas de la humanidad en la lengua de Cervantes.

Me encanta Dios
Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida —no tú ni yo— la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿que importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho —frente al ataque de los antibióticos— ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia —y se agita y crece— cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

JAIME SABINES.







martes, 20 de octubre de 2009

BIBLOCIDIO Y DESMEMORIA

"Ahi, donde queman libros
terminan quemando hombres"

--Heinrich Heme, poeta judío

Inscripción en una placa que se encuentra en la antigua Plaza de la Ópera de Berlín, Alemania.




La más siniestra, cruel, despiadada, voraz, criminal, vergonzosa, ignominiosa, amarga, deplorable, trágica, e infame de las acciones del hombre para con sus semejantes es asesinar su memoria. En un arranque de orgullo nacionalista, podemos entender e incluso justificar la guerra. La belicosidad del ser humano es innata, nos viene en los genes, lo que no se justifica pero quizás se entienda. La violencia física que se ejerce de un hombre a otro hombre ha quedado plasmada en la frase reveladora “el Hombre es el lobo del Hombre”, con perdón sea dicho de tan admirables animales. En la guerra no solo se disparan flechas, balas u obuses, no solo se conquista al más débil y se apropian los recursos económicos: se esclaviza, se tortura, se viola a las mujeres, se asesina a los niños, se veja a los ancianos, se derrumban los edificios simbólicos, se persigue al contrario, se acaba con el espíritu del conquistado. Como la historia lo ha demostrado en más de una ocasión, la desmedida ambición del hombre es el motor de la guerra. Desde que el hombre de la montaña quería vivir en el valle y el hombre del valle en la playa, el territorio es el primero de los pretextos para invadir, conquistar y destruir al enemigo. Otras causas han ido surgiendo con el tiempo: la religión, el orgullo, el tipo de gobierno, ¡hasta la infidelidad legendaria de una mujer que motivó la guerra de Troya!


Y a pesar de que por centurias, se ha machacado hasta la saciedad los famosos diez mandamientos, o los mensajes de paz de ilustres hombres como Jesucristo, Buda, Gandhi y Martin Luther King, el ser humano se niega una y otra vez a aprender los postulados para vivir en paz con sus semejantes, no importando el color de piel, la creencia religiosa, el género o incluso la preferencia sexual del otro. Siempre habrá guerras, persecuciones, asesinatos. Y todo ello deriva en hambruna, miseria, enfermedad, pobreza, desesperanza.

Afortunadamente la mayoría de quienes habitamos el planeta Tierra (Gaia), ya hemos rebasado ese pensamiento de iniquidad hacia el vecino. ¡Qué orgulloso me sentí de ser habitante de este planeta cuando, en 2003, millones de personas de todas las naciones se unieron al unísono para oponerse a los siniestros planes de George W. Bush de invasión a Iraq! Es una lástima que hayan sido voces perdidas en el desierto.

Cuando un ser humano asesina a otro, está matando a su vez a una parte del universo. Para quienes creen en el karma, ese asesino pagará en ésta o en otra vida esa culpa. Para los que no, la justicia humana habrá de pedirle cuentas, o bien, el día de su juicio personal, lo hará el Ser Supremo, habido conocimiento de sus razones. El asesinato sólo puede ser justificado entre seres humanos, en defensa propia; y en el caso de animales, por hambre o defensa. ¡Nada más!

Pero hay un crimen que siempre ha quedado impune: el asesinato de la idea, la persecución de la libertad de pensamiento, el memoricidio. Término acuñado en fechas recientes por el historiador yugoslavo Mirko Gmerk cuando en los años noventa las tropas serbias destruyeron, sin razón justificable, la Biblioteca de Sarajevo. No se trata de la primera ni la última de las bibliotecas (esos templos de la sabiduría que contienen perlas del pensamiento humano) en ser destruidas por efecto del hombre: apenas hace unos años, en Iraq, las beligerantes tropas invasoras destruirían por lo menos seis bibliotecas y hasta trece museos del lastimero país musulmán. Si bien hoy día estas acciones nos parecen aberrantes e innecesarias, en el pasado de la humanidad la quema de libros, la persecución de sus autores y la defenestración de sus ideas plasmadas, parecía más bien necesaria para mantener el statu quo de un mundo centralizado en una religión totalitaria, o en casos particulares, en gobiernos tambaleantes por sus acciones o por su ideología (léase fascismo, nazismo y franquismo, entre los principales).

A muchos hombres no solo no les gusta leer libros ¡los odian! Creen estos individuos que los libros son innecesariamente peligrosos para la formación moral o espiritual del individuo y de la comunidad. ¿Para qué tener archivos históricos si son sólo papeles viejos que nadie lee? ¿Para qué leer un periódico de opinión o una revista si para eso tenemos a la televisión? ¿Para qué comprar un libro si sólo lo puedes usar una vez? ¿Para qué si en internet podemos encontrar lo que queramos cuando queramos? ¿Por qué leer otro libro que no sea el Libro Sagrado si la única verdad suprema está en la Biblia, o en el Corán, o en el Talmud, o en cualesquiera otro Libro Sagrado que merece nuestro absoluto respeto, como cualquier otro? ¿Para qué destinar parte del presupuesto federal, estatal o municipal a la preservación de una biblioteca si nadie va a consultarla?


Los libros han sido perseguidos, profanados, destruidos, incinerados, prohibidos y vituperados por aquellos quienes no creen lo que dicen, o no comparten la forma de pensamiento del autor. Es respetable, muy respetable que un ser humano cualquiera ponga en tela de juicio un libro. Tenemos el derecho de dudar de todo cuanto no sea demostrable, tenemos derecho de aburrirnos con una novela, de criticar la validez de un tratado, de molestarnos con señalamientos que están en contra de nuestras creencias. Pero esa debe ser una decisión de carácter personal, lo que significa que solo individualmente podemos tomar la decisión de censurar un texto, cualquiera que éste sea, luego de conocerlo, es decir, de leerlo, que es lo que espera el autor cuando escribe y el libro cuando sale editado.

Un amigo, un familiar, un vecino o conocido, puede recomendarnos la lectura o no de un libro. Y podemos hacerle caso o no. Todo dependerá de nuestra propia voluntad o de la mucha o poca influencia que dicha persona tenga hacia nosotros. Y precisamente en nosotros mismos está el decidir si vale o no la pena gastar parte de nuestras ganancias en la compra de un libro. Empero, dejar que otros decidan lo que leemos o no, depositar la decisión en manos de la intolerancia religiosa o de la persecución gubernamental, es el peor de los errores que puede cometer el ser humano, digno del desprecio actual. Si bien puede justificarse que en épocas anteriores a la moderna, algunas instituciones hayan asumido el rol de directrices del mundo, hoy por hoy la persecución, prohibición y destrucción de libros no solo es un asunto que atenta contra el patrimonio cultural de la humanidad, es una insensatez y un oprobio reprochables en todos los niveles.

Es comprensible que sintamos que nuestra fe religiosa pueda verse minada por la lectura de una novela tan controversial como “El Código Da Vinci” (Dan Brown) o por la revelación de otras religiones como el Corán (Mahoma), el Talmud o el Zend Avesta. De ahí, a perseguir o prohibir su lectura, por temor a ver la fe cristiana resquebrajarse, es un abismo muy grande en que entonces, tendríamos que admitir que la convicción religiosa de los cristianos (en este ejemplo, aunque bien puede verse a la inversa) se sustenta con alfileres. El sacerdote, rabino o ulema puede aconsejarnos qué leer y qué no leer; organizar una pira pública de textos “inconvenientes” es muy distante.

Del mismo modo, habrá quien arguya que hay libros que deban prohibirse por la ideología política peligrosa que representan, verbigracia, “Mein Kampf” (Mi Lucha) de Adolph Hitler, el cual aún hoy día y a pesar de la devastación que sufrió Europa por las ideas de éste siniestro personaje hace ya sesenta años, continúa influyendo en el espíritu de miles de jóvenes que desconocen y ni siquiera imaginan las iniquidades y desventuras que sufrieron ya no sus padres, sino sus abuelos. ¿Podríamos censurar la lectura de éste pernicioso libro? En absoluto. Aunque nos parezca errónea o incluso depravada la ideología contenida en él, la sed, la sagrada sed de conocimiento del hombre, es más poderosa. Es más, si un judío fuese con éste libro bajo el brazo por las calles de Auschwitz o de Cracovia, con el particular asunto de estudiar los motivos que originaron el holocausto, ¿sería justificable que otros de los suyos lo apedreasen por portar o leer dicho texto? De acuerdo, se pueden herir susceptibilidades muy íntimas de quienes fueron directa o indirectamente afectados por los hechos de la Segunda Guerra Mundial; no por ello se debe privar a nadie de su libre derecho de formarse una opinión.

Si bien hay libros que por su naturaleza, su contenido o lo que representan, nos parecen inconvenientes en nuestro contexto actual, ello no debe ser un obstáculo para que cualquier persona, medianamente ilustrada, pueda o deba leerlos, con la finalidad de abrir su mente a otros tópicos por más contrarios a sus creencias y hacer emerger, de ésta forma, una perspectiva objetiva y racional del universo circundante. En las mismísimas bibliotecas vaticanas existen ejemplares del Corán y de otras religiones, para su estudio e interpretación.

Los libros tienen enemigos acérrimos y mortales que van minando su físico hasta la inminente destrucción: el lepisma, pequeño insecto gris que devora papel; las larvas de la polilla, las más comunes, que pueden devastar libros completos por lo general dejados en el abandono y el olvido; la humedad y el polvo que se impregna y que para su restauración requiere de técnicas costosas y no siempre a la mano, de los coleccionistas; el tiempo, siempre implacable, el fuego que los consume en un santiamén… y el mismo hombre: el más peligroso de todos los enemigos. Y eso es porque el ser humano no destruye al libro en tanto cosa material inanimada: asesina la idea, lo que el autor o autores, a base de meditación, esfuerzo, investigación, constancia, paciencia, inteligencia, cultura, estudio, crea para sí mismo y como legado a la humanidad. Es su misión en el universo: además quemar un libro es una actividad simbólica, pues también se está expiando al desgraciado autor.

No importa que se trate de un libro de recetas de cocina, de poesía, una investigación exhaustiva sobre las partículas subatómicas, una novela, un texto de superación personal, tan de moda hoy día; un tratado de filosofía o un libro de oraciones; no importa si se escribió con extraordinarias faltas de ortografía o no, si su calidad literaria es discutible o su ideología controversial: se trata de un hijo del pensamiento del hombre (de ese ser que muchos consideran el ser más perfecto de la Creación) y como tal, merece todo nuestro respeto y admiración. Y es un legado que debe perdurar para las futuras generaciones, trasciende al tiempo y al espacio, a la cultura y al idioma, al sexo, la edad, la nacionalidad y la religión de quien lo lee. Si los libros continúan siendo perseguidos, vejados, humillados, destruidos y prohibidos, todo cuanto la humanidad ha construido desde su aparición se perderá como las arenas del desierto son llevadas por el simún.



viernes, 16 de octubre de 2009

LUCES Y SOMBRAS DE LA MASONERÍA (II)

De la misma manera en que hemos tenido el mal tino de iniciar a personajes de por lo menos dudosa moral, también hemos sido afortunados en contar entre nuestras filas masónicas a grandes personalidades que, al margen de la política o la guerra y de su increíble fama mundial –algunos no tanto-, merecerían ser recordados por su labor pacífica y progresista en el seno de nuestras logias, pues todos ellos pertenecieron a la Orden de la Escuadra y el Compás.


Martin Luther King Jr. (1929-68),
Pastor bautista y hermano masón de las logias Prince Hall, desarrolló una importante labor como activista del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos para los afroamericanos. Por tal motivo, fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz en 1964. El Hermano Luther King organizó y llevó a cabo diversas actividades pacíficas reclamando el derecho al voto, la no discriminación y otros derechos civiles básicos. Se le concedió a título póstumo la Medalla Presidencial de la Libertad por Jimmy Carter en 1977 y la Medalla de oro del Congreso en 2004.





Mahatma Gandhi (1869-1948)
Desde 1918 figuró abiertamente al frente del movimiento nacionalista indio. Instauró nuevos métodos de lucha, todos pacifistas: paros laborales y huelgas de hambre, rechazando la lucha armada y predicando la No-Violencia, llegando a la desobediencia civil si fuese necesario. Su influencia moral sobre el desarrollo de las conversaciones que prepararon la independencia de la India fue considerable. Fue iniciado en una logia en Londres.



Jean-Henri Dunant (1828-1910)
Banquero y activista social suizo. En 1846 ingresa a la Liga de las Almas, dedicada a la asistencia social y espiritual de los necesitados de Ginebra. Durante un viaje de negocios en 1859 fue testigo de las secuelas de la batalla de Solferino en Italia, con una imborrable imagen de 40,000 muertos y heridos, sin nadie que les asista. Escribió sus memorias y experiencias en el libro “Un recuerdo de Solferino”, que fue la inspiración para crear un cuerpo de voluntarios para socorrer a los heridos de guerra. Invitado a la Conferencia de Ginebra, propuso la total neutralidad de los servicios médicos y de sus equipos de trabajo, que para ser reconocidos como tales, llevarían el emblema de una cruz roja sobre fondo blanco. En ésta reunión nace el Comité Internacional de la Cruz Roja, cuyos principios son: humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariedad, unidad y universalidad. Arruinado económicamente, Dunant continuó trabajando por la protección de los prisioneros de guerra, la abolición de la esclavitud, etc. En 1901 recibe el primer Premio Nobel de la Paz por la creación de la Cruz Roja y el Comité Internacional de la Cruz Roja. Muere en Suiza en 1910.

Albert Schweitzer (1875-1965).
Médico, teólogo protestante y músico franco-alemán. Cambió una exitosa y prometedora carrera como músico por la dedicación de los más necesitados en África. En 1913 concluyó sus estudios de medicina y se trasladó como misionero al África Ecuatorial Francesa. Allí fundó un hospital y atendió a 2,000 pacientes durante el primer año. Se hizo cargo personalmente del cuidado de cientos de leprosos y afectados por la enfermedad del sueño. La Primera Guerra Mundial interrumpió su actividad, por considerársele enemigo. Regresó a Francia entre 1917 y 1918. En 1924 volvió a África y reconstruyó el hospital y lo equipó para cuidar a miles de enfermos, aunque 2 años más tarde la hambruna y una epidemia de disentería lo obligaron a removerlo de sitio. Poco a poco se fueron construyendo pabellones y casas. En 1952 recibió el Premio Nobel de la Paz, cuyo dinero invirtió en techos para casas de leprosos y en chapas de uralita. Su visión de la vida estaba basada en la idea de la Reverencia por la Vida.



Walter Fleming y William Florence.
En 1870 había cientos de masones en Manhattan, muchos de ellos desayunaban en el Knickerbocker Cottage, en una mesa especial ubicada en el Segundo piso. Ahí la idea de una nueva fraternidad masónica entusiasmó a dos: el médico Walter M. Fleming y el actor William J. Florence, masones ambos. Tras un viaje al medio oriente, Florence transmitió su idea a Fleming y nació la Antigua Orden Árabe de los Nobles del Relicario Místico, adoptando el grupo una temática del Medio Oriente. El nuevo grupo se dedicó a fundar hospitales para niños afectados de poliomielitis y, más tarde, para niños y jóvenes de hasta 17 años quemados. Así nacieron los Shriners, dedicados a la curación y tratamiento de los infantes en Canadá, Estados Unidos, México y Panamá.

Nelson Mandela (1918).
El preso político más famoso del mundo. Inició como activista en contra de la segregación racial de Sudáfrica en los años cincuenta y sesenta. Encarcelado en 1963, obtuvo su liberación en 1990. Durante su tiempo en prisión, se convirtió en la figura más conocida de la lucha contra el Apartheid. Primero fue condenado a 5 años y más tarde a cadena perpetua. Recibió el indulto de manos del presidente Frederik DeClerk en 1990 e hizo un llamado a la reconciliación nacional, iniciando ambos un proceso de democratización. En 1994 se llevaron a cabo las primeras elecciones libres del país y Nelson Mandela fue electo el primer presidente de raza negra de Sudáfrica, cargo que ocupó hasta 1999. Recibió el premio Nobel de la Paz en 1993 (junto con DeClerk). Su legado ha mejorado las condiciones sociales de su país.



Carl von Ossietzky (1889-1938).
Escritor y pacifista alemán. Fue miembro de la sociedad “Abajo las armas” fundada por el también Hermano Alfred Hermann Fried. Combatió, muy a su pesar, en la I Guerra Mundial. Tras esta, se erigió en paladín del pacifismo colaborando en varios periódicos. En 1922 fundó el movimiento “Nie Wieder Krieg” (Nunca más la Guerra) y denunció el secreto rearme que se estaba realizando en Alemania. Fue subdirector del diario Volkszeitung de Berlín y en 1927 dirigió el semanario de izquierda Die Weltbühne, en que defendió el desarme y la paz internacional. Fue condenado a 18 meses de cárcel por el renaciente régimen militar alemán, acusado de alta traición. Salió en 1932 por una amnistía. Al llegar Hitler al poder en 1933 fue nuevamente encarcelado, pasando tres años en diferentes campos de concentración, donde enfermó de tuberculosis. Obtuvo en premio Nobel de la Paz en 1936, merced a propuesta impulsada por Albert Einstein, Romain Rolland y Thomas Mann. El premio fue tomado por Hitler como una ofensa, por lo que prohibió que en adelante, ningún alemán lo recibiera. Carl Von Ossietzky murió en el hospital de la prisión sin haber recibido el importe del premio.



Robert Baden-Powell (1857-1941).
Fue actor, pintor, músico, militar, escultor y escritor británico. Participó en diversas campañas militares en África, obteniendo gran popularidad, en especial por su heroicidad en la defensa de Mafeking. Al regresar a Gran Bretaña, se convirtió en un destacado autor en materia de educación y formación juvenil. Sus ideas inspiraron a jóvenes británicos a formar patrullas con las que se inició de manera informal, el Movimiento Scout Internacional. Tras su renuncia al ejército se dedicó plenamente a la formación del Movimiento Scout, participando en actividades por todo el mundo, propagando y asentando las bases del escultismo moderno. Tras varios reconocimientos, se retiró con su esposa a Kenya, donde murió.


Bill Wilson.
Hijo de padre alcoholico y abandonado por su madre, se enroló al ejército. A los 22 años tomó su primera copa de licor y cayó en el abismo del alcohol. Su novia y pareja de toda la vida trató de apartarlo, viajando por todo el país, pero lo único que lograron fue arruinarse. Vivieron de la caridad de los padres de ella y en 1933 ingresó en el hospital de Manhattan para desintoxicarse. Allí, entró en contacto con grupos esotéricos y masónicos y con las ideas filosóficas de Carl Jung. Tras la terapia, volvió al trabajo hasta que en Akron, Ohio, a punto de recaer, reconoció que “Sólo si ayudo a otros alcohólicos podré salvarme”. Ayudado por Robert Smith, el 10 de junio de 1935 fundaron Alcoholicos Anónimos. Wilson desarrolló los 12 pasos y pronto su fama se extendió por toda la ciudad. Seguía arruinado económicamente y no aceptó una gran suma de dinero que el hijo del magnate Rockefeller le ofreció porque “hubiera corrompido nuestro espíritu”. Hoy, AA está en 12 países y tiene 2 millones de miembros.

Aristide Briand, Frank B. Kellog y Gustav Stresemann
Premios Nobel de la Paz.
El ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Aristide Briand, propuso en 1927 al Secretario de Estado norteamericano Frank B. Kellog, un pacto que proscribiera y prohibiera la guerra como instrumento de política nacional. Ambos gobiernos presentaron el tratado llamado Briand-Kellog a otros países que lo firmaron: Alemania, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón, Bélgica, Polonia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Irlanda, India y Checoslovaquia. Briand, Kellog y el canciller alemán Gustav Stresemann diseñaron un futuro de paz bajo el arbitrio de la Sociedad de Naciones. El tratado no terminó con los conflictos, pero sirvió para fundamentar la acusación de crimen contra la paz en los juicios de Nuremberg. Pero más importante, es el definitivo rechazo a la guerra como medio de la política. Briand recibió el premio Nobel de la Paz en 1926, conjuntamente con Stresemann, y Kellog en 1929. Los tres eran masones.







martes, 13 de octubre de 2009

TREZIDAVOMARTIOFOBIA Y MASONERÍA

"Ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes” nos dice la sabiduría popular en voz de nuestras abuelas, madres, tías y/o hermanas, cuando se refieren a la famosa conseja que aconseja no hacer nada el día que cae en martes, y si la casualidad y los caprichosos hados del destino quisieron que dicha jornada cayese en un día con el número 13, tanto peor la cosa, pues estamos sujetos, horóscopo en mano, a que nos ocurran las más terribles desgracias que pueden poblar la mente humana. Fobia al mencionado dígito que en lenguaje científico se conoce como Triskaidecafobia, y que ha sido azuzada por las películas de Jason Voorhees ("Viernes 13", que por cierto, son 14) llegando en épocas recientes a darle la puntilla a los seres humanos que sufren de la irracional Friggaatriscaidecafobia, derivación de la anterior que se refiere al terror al viernes 13. Serie de películas, huelga decir, que lo único que han logrado es que veamos con temor y suspicacia a los jugadores de hockey sobre hielo y corramos de pánico cuando vemos una sierra eléctrica.

Y es que el Hombre, en tanto ente social que habita éste planeta, se aterra y atemoriza con todo aquello que se le ocurre en su desbordada imaginación, desde el miedo a inofensivos insectos a inclusive amenazas de guerra nuclear. Miedos racionales o irracionales, que en ésta feria de fobias los números no quedan sujetos al ostracismo: y el 13, pobrecillo, es el rey y soberano de las fobias hacia los números, compitiendo y co-gobernando con el fatídico 666, el número de la Bestia y cuya patológica repulsión posee la enrevesada nomenclatura de Hexakosioihexekontahexafobia (o de manera más abreviada, triplehexafobia, para quienes les de pereza o se les enrede la lengua con el helénico término).

Desde que a los babilonios se les ocurrió suponer que el uno agregado rompía la unidad de la perfección del 12, el planeta anda patas arriba con el mentado numerito. Cuestión que heredaron a los hebreos (no judíos) durante el llamado Cautiverio de Babilonia y que se llevaron tras su liberación, adaptándolo a su cosmovisión muy particular. Y como no hay dos sin tres, pues también los griegos anduvieron por ahí despotricando contra el 13, asociándolo a la muerte de Filipo de Macedonia, que se trabó una maldición (en una época que se agarraban maldiciones como hoy en día resfriados) al hecho de haber colocado su estatua, la decimotercera, entre otras 12 dedicadas a los celosos y vengativos dioses del Olimpo… y para no ser los menos, los escandinavos se llevaron agua para su molino pretendiendo dejar seco el del vecino y atribuyeron la maldición del 13 a la llegada del dios del mal, Loki, como maligna y perversa entidad que ponía de cabeza a los 12 Asen, los dioses escandinavos.

Claro está que no en todas partes se veía al 13 como algo perverso o de dar miedo: los antiguos egipcios consideraban que la 13ª fase del ciclo de la vida era la muerte, esto es, la vida después de la muerte, aunque pensaban que era una vida ideal mejor. Y los aztecas, nuestros gloriosos antepasados mexicanos, emplearon al 13 como unidad fundamental de los ciclos temporales, en el mismo sentido que usualmente se le otorga al 7.
En la época aparentemente más oscurantista del mundo, la Época Medieval, la tradición cristiana habría de retomar el fatídico número y colocarlo en la picota de la religión y de paso, volver en triskaidecafóbicos a todos los europeos y uno que otro asiático despistado, convenciéndolos de que el número 13 era un número maldito desde siempre. Claro está que no iban a sacar a relucir los paganos argumentos babilónicos, hebreos, griegos ni germánicos. No hacía falta: bastaba decir que hubo 13 comensales en la Última Cena y al día siguiente, uno de ellos murió en la Cruz; o bien, que el Apocalipsis de San Juan tiene 13 capítulos y ya podemos imaginar el miedo que se metía nada más de mencionar la palabra “apocalipsis” y su evocación a siniestras, irregulares, demoniacas y marihuanescas imágenes a cual más fantasiosas. En fin, que en el dichoso Medievo el 13 fue casi el rey del universo. Los hermetistas de paso, al crear la baraja del Tarot colocaron en el Arcano XIII a la Muerte, carta que, por cierto, no se titula, a diferencia del resto.

Y en ese orden de ideas, a Su Majestad Felipe el Hermoso de Francia, en contubernio con el papa Clemente V, ordenó la aprehensión de los Caballeros Templarios el día martes 13 de octubre de 1307, que hoy celebramos los masones con iracundo entusiasmo –una razón más para lanzar sapos y culebras a la Santa Madre Iglesia, pero no a la monarquía de Francia, que también tuvo cola que le pisen--. El buen rey Felipe, de paso, instauró la Trezidavomartiofobia, o terror al día martes 13 y es padre y fundador de las Teorías Conspiranoicas tan de moda hoy, como ayer.



La voz popular puso en labios de Jacques De Molay, último Gran Maestre de los Templarios, durante su agonía en la hoguera, la maldición que habría de lanzar a sus verdugos –Felipe y Clemente—el 18 de marzo (no el 13) de 1314: «Malditos, seréis todos malditos, hasta la decimotercera generación», lo cual es una falacia monumental, pues según Geoffroy de París, cronista de la época –y testigo del suceso- lo que dijo fue: "Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir", discurso bastante telenovelesco para alguien que estaba sintiendo un sufrimiento indescriptible. En realidad, en lo personal e inclino a creer que De Molay lo que hizo fue aullar de dolor y de furia y no perder tiempo en lanzar improperios a hora tan inoportuna. Pero en fin, la maldición popularizada desde que los Templarios volvieron a ser históricamente vigentes, ha logrado vender multitud de libros, revistas y películas, lo que desde luego, no le imprime validez real. No obstante, ciertamente se cumplió la última parte de sus palabras, pues las siguientes generaciones de la monarquía francesa habrían de morir en circunstancias extrañas: “(…) todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir”. Pero en todo caso, esto no ha de verse como un suceso extraordinario en la mezcla mágica de palabras proféticas, conjuros misteriosos, hechizos oscuros ni la mano de la Divina Providencia –o de Beelzebub o Baphomet-, sino más bien como el feliz resultado de una exitosa infiltración templaria en las cortes francesas, veneno, puñal o espada en mano, todo ello para que el vulgo supersticioso se quedara con la impresión de que la magia era posible y que los Pobres Caballeros de Cristo y del Santo Sepulcro de Jerusalén tenían en realidad pactos con el Maligno Lucifer, sentado sobre su dorado trono del número 13…

La Triskaidecafobia es un mito sin validez aparente, lógica ni científica, que ha llegado hasta nuestros días en situaciones más que históricas, sí cotidianas: por ejemplo, la omisión del piso 13 en algunos edificios públicos y hoteles, que se saltan del 12 al 14 en la numeración de las plantas y de los tableros de los elevadores; filas de los aviones en las aerolíneas Iberia y Alitalia que hacen lo mismo; la negación de deportistas a portar en sus camisetas el número 13 y hasta figuras históricas como Adolf Hitler, que padecía triscaidecafobia (por ello el avión caza nazi que sucedió al He-112 se llamó He-100). La fobia al número 13 ha sido padecida en sectores tan divergentes y variopintos como el deportivo, el musical, el militar y hasta la famosa misión espacial Apolo XIII (que despegó a las 13:13 horas del complejo 39, o sea 3 veces 13) tiene su historial trágico que, por supuesto, se le atribuye al numerito. Tampoco faltará el primo de un amigo al que le cayó un piano en la cabeza a las 13 horas de un viernes –o martes- 13, que para leyendas, mitos, fábulas y patrañas nos pintamos solos.

Creyéndonos herederos de los templarios, los masones también hemos ayudado a fortalecer el pensamiento mágico de la triskaidecafobia y sus dos variantes: la friggaatriscaidecafobia (también llamada paraskavedekatriafobia) y la Trezidavomartiofobia. Creo que ya va siendo hora de que los Masones retomemos el pensamiento racional y científico y comencemos a esparcirlo por el mundo para que cuestiones como éstas, situaciones irracionales que carecen de sentido (Vaya, es más justificable el terror a las arañas o a los payasos que a un inofensivo dígito) comiencen a ser desterradas de la faz de nuestro planeta y comencemos a crear una conciencia basada en aspectos por lo menos más útiles.

Y además, ya casi llega el 2013 y no queremos una histeria colectiva, ¿verdad?

martes, 6 de octubre de 2009

LUCES Y SOMBRAS DE LA MASONERÍA

LUCES Y SOMBRAS DE LA MASONERÍA

PARTE 1: LOS CUADROS NEGROS

Decía mi padre que lo malo de los optimistas es que nunca ven el lado malo de las cosas. Por ello es que posiblemente, muchos de nosotros hemos sido incapaces de aceptar estoicamente que de la misma manera en que podemos presumir de grandes avatares de la Masonería de todos los tiempos, impertérritos adalides de nuestra Orden, estoicos héroes, sublimes estatuas del altar laico, invulnerables semidioses del Arte Real y arquetipos idóneos del masón perfecto; aquellos con quienes nos sentimos hermanados más que por un ideal que ha trascendido épocas, por haber utilizado –o casi- el mismo mandil, banda y guantes que nosotros, (¡oh! simples mortales); bueno, de igual manera en que nos llenamos la boca de orgullo al decir “Fulanito de Tal fue masón”, no hemos podido –y no quiero pensar que por vergüenza- admitir que de la misma manera hemos sido testigos, tras 292 años de Masonería Especulativa, de personajes de antecedentes extravagantes, perversos, maldicientes, malignos y retorcidos… o por lo menos si cometemos la burrada de juzgar el antaño con las herramientas del hoy, hoy, hoy, sin ver la viga del ojo propio y vislumbrando tan solo la paja del ajeno. Bien está que recordemos un poco a aquellos Hermanos que han tenido esa “dudosa moral”.

Podríamos hablar de François Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, Masón iniciado el 7 de abril de 1778 en la Logia “Les Neuf Soeurs” de París (murió el 30 de mayo siguiente), quien además de filósofo, enciclopedista y máxima figura de la Ilustración francesa, fue un profundo Antisemita comprobado.

O de Maximilien François Marie Isidore de Robespierre, quien no fue masón pero sí Illuminati y que fuera Golpista que desmanteló al Partido de los Girondinos y Genocida al que se le debe la muerte de 50,000 personas, la mayoría obreros y campesinos franceses.

O de Giuseppe Bálsamo, Conde de Cagliostro (1743-1795), alquimista, cabalista y ocultista; fundador del Rito de Misraim y pionero de los primeros intentos de establecer una Masonería Mixta y Femenina. Igualmente fue un Estafador y Mitómano que se dedicó –junto a su esposa- a timar a la incauta nobleza europea. Además se le acusó de conspirar un fraude por un collar de perlas de la reina María Antonieta.

O de Thomas Jefferson (1743-1826), autor principal de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, fundador de la Universidad de Virginia (1819) y Tercer presidente de los Estados Unidos de América, (1801-1809), iniciado en la Masonería en 1795, quien además era un Esclavista contumaz que tan sólo defendió los derechos de libertad entre los hombres de raza blanca. Compró por 50 dólares una mujer de raza negra llamada Sally Hemmings que fue no solo su amante, sino también la madre de varios de no menos de 7 hijos, 2 de sus hijas fueron vendidas en subasta pública al propietario de un prostíbulo de Nueva Orleáns.

O de Albert Pike (1809-1891), abogado estadounidense, militar, escritor y destacado activista francmasón que alcanzó en 1859 el grado de Soberano Gran Comendador de la Southern Jurisdiction Estadounidense y autor del estupendo libro “Moral y Dogma del Rito Escocés Antiguo y Aceptado” (que se convirtió en una guía para la interpretación del simbolismo francmasónico) era Esclavista y Racista, participando en la Guerra Civil Norteamericana del lado de los confederados déspotas y fundó el Ku Klux Klan en 1867.

O el explorador Cecil John Rhodes (1853-1902), iniciado en 1891 en la Logia “Apolo” de Ciudad del Cabo, fundó una sociedad secreta llamada la “Round Table” (de inspiración masónica) que agrupaba a europeos explotadores de las minas de diamantes del Sur de África. Además de fundar la compañía De Beers (que en la actualidad controla el 60% del mercado de diamantes en bruto del mundo, y que en un tiempo llegó a comercializar el 90%), era Colonialista y Esclavista y suya es la frase: "Pura filantropía está muy bien en su camino, pero la filantropía más un cinco por ciento es una buena oferta mejor."

O al célebre Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagés, conocido por uno de sus múltiples seudónimos como Leo Taxil (1854-1907), ilustre periodista y autor de por lo menos 14 libros anticlericales y después de su iniciación masónica en 1885, de 15 libros antimasónicos. Mitómano, acusó a la Orden que lo acogió de Satanismo, de adoración a un ídolo con cabeza de macho cabrío (el famoso Baphomet) y de orgías entre Hermanos y Hermanas Masonas, desdiciéndose en 1897 cuando el daño ya estaba hecho.

O de Walt Disney (1901-1966) quien ostentó el Grado 33º y fue productor, director, guionista y animador estadounidense. De más está decir su reconocidísima obra visual, no así su oscuro pasado consistente en ser Anticomunista, testificando ante el Comité de Actividades Antiamericanas a antiguos empleados y activistas sindicales, como agitadores comunistas. Actuó secretamente como agente del FBI desde los primeros años de la década de 1940 y en 1954. Fue además, Simpatizante Facista, recibido en Roma por Mussolini en una o dos ocasiones durante la década de 1930. También se ha argüido como prueba de su simpatía por el nazismo su asistencia, en compañía del abogado de la empresa, Gunther Lessing, a mitines del German American Bund, organización estadounidense pro-nazi.

O de J. Edgar Hoover, cuya cauda es tan larga que haría falta más de dos cuartillas para señalar los sinsabores e iniquidades que llevó a cabo durante su periodo como director del Federal Bureau of Investigations (FBI por sus siglas en inglés). Gracias a él, los Estados Unidos perderían varias de sus más grandes luminarias artísticas como Charles Chaplin o, de plano, andarían tras los pasos de artistas comunistas famosos como Pablo Picasso.

O de Harry S. Truman (1884-1972), iniciado en la Logia Belton Rodge No. 450 en 1909 y quien llegó a ser Gran Maestre de la Gran Logia de Missouri en 1940, creador de la ONU, protector del empleo de los norteamericanos e impulsor principal del Plan Marshall de reconstrucción de Europa. También fue Totalitarista, pues crea el Consejo Nacional de Seguridad y la temible CIA (Central Intelligence Agency), entre otras instituciones. Conocido Genocida, se le atribuyen las muertes de 300,000 civiles durante y después del bombardeo nuclear en Hiroshima y Nagasaki (del cual fue responsable directo) y más de 2,000,000 de muertos civiles y militares en la Guerra de Corea.

O de Robert Ambelain (1907-1997), iniciado en 1939 en la Logia “La Jerusalem des Vallées Égiptiennes” de París del Rito de Memphis-Misraim, aumentado de salario y exaltado en 1941, autor de “El Secreto Masónico”, participó en la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra Mundial, como patriota, organizando varios grupos de masones en contra de la ocupación nazi. Perteneció a multitud de asociaciones esotéricas y… era Homofóbico. Escribió: “Si el homosexual se inclina hacia el ocultismo, tendrá tendencia a caer en el satanismo o, al menos, en la magia inferior. (…). (La homosexualidad) está causada astrológicamente por la conjunción de Venus y Saturno en oposición a Neptuno, o por la conjunción de Venus y Neptuno en oposición a Saturno, o por la conjunción de Saturno con el Sol, la Luna y uno de los Nudos lunares (…). El homosexual suele ser inestable, indeciso, egoísta, avaro, intransigente, orgulloso, celoso aunque infiel, ingrato”.

O de Nicolás Bravo Rueda (1786-1854), quien fuera Gran Maestre del REAA y Presidente de México en 3 ocasiones, fue Santannista: respaldando varias veces a éste oscuro personaje de nuestra historia . En 1842, disolvió el Congreso, que pretendía discutir una nueva constitución que atentaba contra los intereses personales de Santa Anna, ordenando a la policía que aprehendiera a los diputados y los encarcelaran.

O de Anastasio Bustamante (1780-1853), Vicepresidente de Vicente Guerrero, iniciado en el REAA, fue un Traidor a su H. yorkino, Guerrero y da un cuartelazo con el apoyo de los Estados Unidos. Promueve la inhabilitación de Guerrero para gobernar. Más tarde, ordena su asesinato. Durante sus tres dictaduras, destierra a los más connotados miembros del partido yorkino, expulsa del país al embajador estadounidense (el H Joel R. Poinset), manda apalear a periodistas y crea la policía secreta.

O de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), Presidente de la Argentina y reconocido maestro. Iniciado en la Logia “Unión Fraternal” de Valparaíso, Chile, en 1854 y fundador de varias logias en el Cono Sur. Fue además un Dictador y Xenófobo. Dicho con sus propias palabras: "No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes." Y además: “Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos…”

O de Augusto Pinochet Ugarte (1915-2006). Iniciado en la Logia “Victoria” No 15 de Santiago (Chile) en mayo de 1941. Traidor y Golpista, usurpó y asesinó a su H. masón, Salvador Allende Gossens, electo democráticamente. Durante su dictadura se persiguió y asesinó a más de 3,000 chilenos, entre muertos y desaparecidos a través de la Caravana de la Muerte y la Operación Cóndor. Proscribió los partidos políticos, disolvió el Congreso, restringió los derechos civiles y políticos y ordenó la detención de los máximos líderes de la Unidad Popular, declarándola ilegal.

(Continuará…)

domingo, 27 de septiembre de 2009

CONSERVADORES, LIBERALES Y LIBREPENSADORES

Llego ante vosotros nuevamente en uno de mis ensayos en donde vierto sincera y desparpajadamente mi heterodoxia personal y mis comentarios iconoclastas para señalar con dedo no tan de fuego uno de los mitos más extendidos y menos analizados por las desasosegadas mentes de nos, los francmasones latinoamericanos, tan tradicionalistas y apelmazados en nuestros viejos ideales decimonónicos, para aseguraros trayendo en la mano la crin de la acémila cenicienta que no es lo mismo ser liberal que ser librepensador. O lo que es lo mismo, desmitificar el postulado ancestral que se cree a pies juntillas de que “si todo masón es liberal, ergo, todo liberal es (o debe ser) masón”. Y si no lo es, resulta que al susodicho Profano le falta un tornillo o la amplísima visión de ingresar a la Orden como corolario de una trayectoria comprometida con la Libertad de conciencia, de culto, de asociación política y económica, amén de tantas y tantas otras que suena ocioso repetirlas acá.

Resulta, o todo parece indicar, que el GADU, en su infinita sabiduría de la que apenas nos obsequió con una gota, creó al Universo no para tener dos polos opuestos, sino uno solo, el del lado liberal, por lo que se condena sin más ni más a aquellos malignos conservadores que tanto daño han hecho al mismo universo en el cual fueron puestos, desconociéndoles cualquier avance que consciente o inconscientemente hayan hecho o no. Y si preguntásemos del lado contrario, obtendríamos la misma respuesta, solo que los liberales serían los demonios que andan sueltos en orgiástico festín pro-aborto, pro-gay y pro-células madre. Y de ésta forma sería el cuento del nunca acabar. Debemos, en cambio, reconocer que al crear al Universo, el Supremo Hacedor de los Mundos (si se me permite la expresión pomposamente absurda, pero justa), fascinado por una extravagante y lúdica embestida de imparcialidad superlativa –como todo en Él/Ello-, quiso que todo lo imaginable cupiera en el mismo recipiente. Luego entonces, si la Logia es –como multitud de textos masónicos nos lo pueden confirmar- una representación del Universo en cuestión, lógico y razonable sería suponer que en la misma Logia tendrían cabida ambos principios irreconciliables en apariencia, pero necesarísimos para el avance del planeta Tierra, que es el que nos tocó poblar, al menos en ésta dimensión. Y para muestra bástenos bajar la mirada y contemplar el pavimento ajedrezado, que no se puso allí sólo para que se viera bonito ni para jugar una imaginaria partida de damas cuando la Tenida tórnase aburrida y tediosa; sino para hacernos entender la armoniosa convivencia entre los dos polos opuestos, que son necesarios –itero- para el avance y progreso de la humanidad, pues mientras los unos tiran la brida hacia delante, los otros se aferran en halarla hacia atrás.


No pretendo ponerme metafísico en ésta disertación, pues ni es mi fuerte ni puedo aventurarme en terrenos inexplorados para un servidor. Lo que sí puedo aseguraos es que existe la sublime falacia de creer, desde que somos Aprendices, que la Francmasonería es la “Casa de los Liberales”, de la misma manera que hasta los diez años creíamos en el Hada de los Dientes. Y en dicha creencia nos han cultivado los Maestros Masones que machacan nuestras mentes haciéndonos aceptar la versión de que la Masonería es igual a Liberalismo. Admitiré que ello es no una falsedad, sino una inexactitud originada, sin duda alguna por la confusión de términos tan similares, pero que analizándolos nos damos cuenta que quieren decir dos cosas totalmente diferentes.
En la imagen: Ignacio Zaragoza, general héroe de la batalla del 5 de mayo de 1862. Masón y Liberal.


Inmersos y atrincherados en la atalaya que desde hace ciento cincuenta años forjamos de manera tan exitosa que nadie con dos dedos de frente podría ni puede asaltar, estamos convencidos de que estamos en lo cierto, que la Masonería es Liberal y punto, con la misma tozudez que Jonás se negó a cumplir con un mandato divino. Por eso se lo tragó la ballena legendaria, rescatado más tarde sin que los jugos gástricos de tan enorme cetáceo le diluyeran ni un solo pelo. Creemos, a pies juntillas, que la Masonería es una institución liberal y bástennos preguntarnos si entonces el legendario Hiram-Abiff andaba propugnando por la libre empresa o por la igualdad de la raza humana, en una época en que había tantos esclavos como hoy en día árboles talados en la Amazonia; o bien, si Salomón, un monarca absolutista y teocrático, defendía el individualismo en su tierra y respetaba las creencias disímiles de sus gobernados, si es que las hubiera en aquel otrora. Y es que no es lo mismo, repetimos con pasmosa terquedad, ser liberal que ser librepensador; de la misma manera en que los angloparlantes no dicen igual “helado” (Ice cream) que “Yo grito” (I scream), aunque suenen igual.


De entrada, tenemos que el librepensamiento nació en la época de la Ilustración, que es decir, en el siglo XVII, antes que la Masonería Especulativa, aquella que mentamos “Regular” merced a nuestros Hermanos ingleses de Londres y Westminster de 1717 (que se ocuparon astutamente en hacerla “oficial”); mientras que el Liberalismo nacería como consecuencia de la Revolución Industrial en 1750, o sea, después que la actual Francmasonería Especulativa. Si bien puede afirmarse con certeza quasi fanática que el Liberalismo es hijo de la Masonería, ello no implica que toda la Masonería deba ser liberal. Lo que es cierto, es que la Masonería es Adogmática, término que permite la explosión de lucidez propia del librepensamiento y que se encuentra en contrario a una Masonería Dogmática, que existe, pese a quien le pese y se le reconozca o no. Lo que pasa es que muchos de nosotros nos vamos con la firme convicción chauvinista de que no hay nada más allá de nuestra nación, creada por una feliz mezcla del liberalismo centralista del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, del nacionalismo a ultranza del Rito Nacional Mexicano y del radicalismo federalista y un tanto “mocho” del Yorkismo, todos ellos venidos del siglo XIX. Lástima que por esas mismas fechas no se implantaran en territorio mexicano los ritos Francés, Sueco de Swedenborg, Alemán de Zinnendorff, Egipcio de Memphis-Misraim, Escocés Rectificado y Templario (entre otros), pues la gama de colores hubiera sido mucho más apetitosa que nada más tener tres puntos de referencia y uno de ellos, nacido de la mezcla homogénea y discutible de los otros dos.
En la imagen: Gral. Miguel Miramón, héroe de México en la Invasión Estadounidense de 1847, más tarde, Presidente de México por el Partido Conservador y vilipendiado como Traidor a la Patria, murió fusilado junto al Emperador Maximiliano de Habsburgo en 1867.

Como muestra, hemos de citar que existe, hasta la fecha, una Masonería cercana al dogma o bien, que mantiene posturas firmes al conservadurismo que tantísimo daño ha hecho al universo, según la cosmovisión parcial de los liberales y de los pseudoliberales incapaces de aceptar hechos inevitables. Pero ello sería harina de otro costal, dijéramos coloquialmente. Recordemos a personajes como Agustín de Iturbide, Lucas Alamán, Nicolás Bravo, Anastasio Bustamante e Ignacio Comonfort, todos ellos conservadores y todos ellos masones. Otrosí, Albert Pike, Eliphas Leví, o Augusto Pinochet, todos ellos conservadores y todos ellos masones, sin citar, desde luego a todos los reyes ingleses y franceses del siglo XVIII, a los monarquistas españoles del siglo XIX y a uno que otro ultra montanista italiano. Y es que ser políticamente conservador no implica que sea uno dogmático, sino que también se puede ser librepensador. Hoy en día, la línea que separa a lo Conservador de lo Liberal es muchísimo menos tenue de lo que era en el siglo XIX. De hecho, para muchos, ser conservador es estar casado con la Iglesia, cuando no necesariamente esto sea cierto (¿O es que acaso por ser masones no podemos ser diáconos o sacristanes?). De igual manera, se identifica al conservadurismo histórico con posiciones cercanas a la derecha o a la centro-derecha, cuando hay masones dentro de las filas del Partido Popular en España, el Partido Republicano en Estados Unidos, del mismísimo Partido Conservador inglés o de Acción Nacional en México. Y ello, tampoco los hace menos masones que nosotros, los célebres liberales, herederos de las posturas de Benito Juárez et al.


Y qué decir, Queridos Hermanos, del mito de que el conservador es “tradicionalmente” tradicional, es decir, que defiende las posturas de un statu quo o desea retornar al statu quo ante, y así deben ser las cosas y no de otra manera. Por ello los criticamos abiertamente o en corrillos de traslogia. Bien está que antes de mordernos la lengua en contra de los tradicionalistas conservadores, recordemos que desde 1721 sostenemos con vehemencia nuestros ancestrales Landmarks, creados por un pastor protestante (y que ni son tan ancestrales), al que sólo le faltó ponerle como articulo postrero el del “constituyente permanente” –por aquello de la inmutabilidad de los landmarks- que sí se le ocurrió a nuestro eximio Venustiano Carranza. Y ello, QQ HH, digan como le digan, me huele a dogma. Pero no entraré en debate por algo que ninguno de nosotros podemos cambiar, a riesgo de caer en el ostracismo masónico o ser arrojado a la hoguera del laicismo secular. Si es que la Masonería es Liberal, debería, pues, evitar todas éstas cuestiones que la identifican más con un grupo conservador que con el rostro pleno del liberalismo de todas las épocas y todos los hombres.
En la imagen: Agustín de Iturbide, Agustín I , Emperador de México y aparentemente, Traidor a la Patria que él formó.


Ser liberal, QQHH es más que ser masón. Ser liberal es propugnar por el individualismo, la libertad, la igualdad y el respeto a la propiedad privada. Resumiendo cada wikipédico término: el Individualismo considera a la persona como primordial, por encima de todo aspecto social o colectivo; la Libertad como un derecho inviolable que se refiere a diversos aspectos: de pensamiento, de expresión, de asociación, de prensa, etc., y cuyo único límite consiste en la libertad de los demás, y que debe constituir una garantía frente a la intromisión del gobierno en la vida de los individuos. La igualdad debe entenderse como la equidad del ser humano en lo que se refiere a los campos jurídico y político. Es decir, para el liberalismo, todos los ciudadanos son iguales ante la ley y para el Estado. El respeto a la propiedad privada como fuente de desarrollo individual, y como derecho inalterable que debe ser salvaguardado por la ley y protegido por el Estado. Lo anteriormente descripto es ser liberal. No es tan sencillo como parece y conozco a más de uno que critica o ha criticado a gobiernos liberales recientes.

Resulta bastante sencillo entender ésta parte y seguro estoy que más de uno estará pensando en éste preciso instante “así soy yo, es lo que pienso, yo soy liberal”. Y En efecto, la Masonería, como institución universal también tiene cabida para ésta ideología. No obstante, el masón también tiene sus contradicciones en éste ámbito. Y los vocablos Individualismo, Libertad, Igualdad y Propiedad Privada parecen ser los postulados masónicos por excelencia. Entonces, ¿Somos individualistas en realidad cuando en multitud de casos nos hemos vuelto mesiánicos siguiendo a un líder profano o masónico que nos promete el sol, la luna y las estrellas?, ¿Hablamos de Libertad de un ente cuando se le restringen sus aportaciones poniendo en tela de juicio sus errores (y no sus aciertos) por correo electrónico? ¿Con qué clase de Libertad nos vamos a mover los masones? ¿Igualdad cuando hay masones de grados superiores que ningunean a los Aprendices y Compañeros y a algunos Maestros echándoles en cara que no saben nada? ¿y qué decir de la Propiedad Privada si existen masones que son o pueden ser socialistas? (como Lázaro Cárdenas, Gran Maestre del Rito Nacional Mexicano, quien lo era) ¿Acaso no hay masones comunistas? ¿Nunca los hubo? ¿Y los Hermanos combatientes de la Guerra Civil Española no cuentan? ¿En realidad somos todos liberales? ¿O es que simplemente nos hemos dejado llevar por una corriente que defiende a ultranza el pensamiento juarista y de los reformistas de 1857 y para no sentirnos los menos en la comunidad masónica también tenemos que admitir que somos defensores de dichas ideas decimonónicas y admiradores de Juárez cuando en la mayoría de los casos sólo sabemos de él que era un humilde pastorcillo oaxaqueño que llegó a ser Presidente de la República? ¿Sabemos acaso qué es el Liberalismo Político? ¿Sabemos qué es el Liberalismo Económico? Admitiremos que estos postulados se acercan en demasía al pensamiento masónico. Admitamos asimismo, que en la práctica, también los ideales conservadores se amoldan a nuestra institución. Y admitamos que en el seno de nuestros Talleres coexisten ambas tendencias. Aceptemos también que hace 150 años, los masones conservadores –por cierto, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado- no comulgaron con Juárez y, al contrario, lo atacaron despiadadamente.


Lo que es el masón es un Librepensador. Ceñirnos la etiqueta de Liberal indica, sí, que somos individualistas, libertarios y defensores de la propiedad privada. No obstante, nos circunscribe a ver el vaso medio vacío o verlo medio lleno; nos limita a vestirnos de negro o vestirnos de blanco, a decidir entre tomar Coca o beber Pepsi. Si queremos etiquetarnos como Liberales, aplaudiré dicha decisión y me sumaré a ella. Porque es en lo que creo. Pero más que nada, seamos Librepensadores. Un librepensador es una persona que forma sus opiniones sobre la base de la razón, independientemente de la religión, la tradición, la autoridad y las ideas establecidas, para ser dueño de sus propias decisiones. El término librepensamiento a partir de la Ilustración define una actitud filosófica consistente en rechazar todo dogmatismo, bien sea de tipo religioso o de cualquier otra clase, y confiar en la razón para distinguir lo verdadero de lo falso. El librepensamiento es base filosófica para el movimiento del Humanismo secular. También es la base pedagógico-filosófica para la escuela racionalista. Masonería y Humanismo son hermanos de sangre. Masonería y Laicidad son hermanos de sangre. Masonería y Liberalismo son primos cercanos, pero no iguales.
En la imagen: General Juan de Prim y Pratts, general en jefe de los ejércitos que ocuparon Veracruz para exigir el pago de la deuda de México en 1861. Hombre honesto, probo y justo, se negó a apoyar a Francia en su afán por invadir México y se retiró con sus tropas, molesto por la invasión.


Habría que decirle a los Hermanos que se sienten criticados y dilapidados por éste malentendido tradicionalmente impuesto de manera quasi dogmática –y eso que no somos dogmáticos aparentemente- que se sientan en la total libertad de afiliarse o votar por el partido de su preferencia, aunque sea de ultraderecha, si es en el que creen; que se vuelvan defensores del statu quo ante si lo consideran adecuado a sus intereses o de la nación; que condenen a las células madre si es su decisión razonada; que salgan a la defensa de la penalización del aborto, si está entre sus valores; que pongan en la cabecera de su cama un crucifijo o al santo de su elección, que cuelguen un retrato de Iturbide o de Porfirio Díaz si los admiran; que metan a sus hijos en escuelas católicas si las consideran apropiadas; que no les importe si otro Hermano Masón los ve charlando con un sacerdote, rabino o pastor. Aquí, en la Francmasonería, verdadera Cuna del Librepensamiento, nadie los va a criticar, nadie debería criticarlos y si hubiere Hermanos Masones Conservadores entre nuestras filas, debemos aceptarlos, admitirlos y reconocerlos como Hermanos. Así lo juramos.

domingo, 20 de septiembre de 2009

El Camino de la Masonería: ¿Por qué permanecemos en ella?

Pertenecemos a la Orden Masónica, asociación que goza de una dudosa popularidad entre los Profanos y mejor prestigio entre los propios, siguiendo la conseja popular que afirma que quién va a hablar mejor de uno que uno mismo y por ese motivo, bastante válido en todos los aspectos de nuestra vida y de las ajenas, es prácticamente imposible encontrar algún no-masón, es decir, Profano, que diga dos o tres verdades acerca de la Masonería, toda vez que para empezar se encuentra imposibilitado de hacerlo, pues a veces ni siquiera los propios masones saben qué es la Masonería y, en segundo lugar, el proceso vivencial y contextual en que dicho profano se ha desarrollado dista mucho de colocar a la Masonería en un pedestal y más bien llena la cabeza a todo ser humano de simplezas, tonterías, nimiedades, absurdeces y desatinos que en más de una ocasión nos preguntamos de dónde diablos tendrá el ser humano cabida para tanta imaginación y se nos olvida que el cerebro puede ser tan lúcido como tramposo en sus efluvios neuronales. Y decía y digo, además, que muchas veces ni siquiera los mismos masones saben qué es la Masonería, vamos, no sabemos qué estamos haciendo aquí. Y para muestra habría que atrevernos a hacer una encuesta –herramienta tan en boga de hogaño- a cada uno de los Hermanos y soltarles a bocajarro “¿Por qué entraste a la Masonería?” Pregunta que tiene un mil aristas a su alrededor y que daría origen no a una respuesta simple, pura y directa, sino que originaría debates y mesas redondas de media hora y hasta de dos o ciento veinte minutos, que es lo mismo, contados alrededor del tradicional y consabido ágape en torno a una mesa donde ya no serían dos, sino hasta cinco, seis o siete los comensales que se irían por las ramas saltando de tema en tema hasta que se pierda en el olvido la pregunta original y se acabe hablando de temas tan variopintos y total, el momento filosófico habrá que dejarlo para después en tanto se critique, una vez más, al gobierno del país que de tanto hacerlo ya resulta una conversación anodina, como si dos médicos se pusieran a hablar del remedio de la gripe o dos sacerdotes de la comunión cristiana.
Peritos de todo y remendadores de nada, al fin y al cabo los masones nos permitimos soñar despiertos y evocar momentos gloriosos, menos crueles y más dignos del pasado que nunca conocimos en vivo y en directo, pero de los que nos sentimos orgullosos como si hubiéramos sido testigos presenciales de los mismos. Total que una vez más, nos quedamos en ascuas y con las ganas de saber porqué el Hermano Fulano de Tal entró a la Masonería; y ello tal vez hubiera sido mejor preguntárselo en el momento en que penetró en el umbral de los más recónditos misterios y enigmas que están velados al común de los mortales en nuestros Templos. Mejor hubiera sido agarrarlo descuidado y con espada en mano, que en ese momento hubiera sido más sincero de lo que podremos esperarlo ahora, Fraternidad y Amor Filial de por medio o no. Lo mejor sería preguntarle ahora “¿Por qué permaneces en la Masonería?”, pregunta que si bien no desarma al interpelado, por lo menos lo pone a meditar por unos buenos y eternos segundos en que buscará entre los laberintos de su mente una respuesta que nos deje satisfechos y que, a su vez, no propicie que vayamos de correveidile con el Venerable Maestro o que andemos pregonando a los cuatro vientos que el susodicho Hermano está en la Masonería porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Astutamente ninguno de a quienes les preguntemos nos dirá con honestidad una respuesta de lo más profundo de su corazón, a lo mucho mirará hacia los lados esperando que llegue un tercero a sacarlo del atolladero en que lo hemos metido y suplicará con la mirada al Hermano más capaz en la oratoria o en la filosofía que venga a sacudirle el moscardón. Por supuesto que no faltaría la ocasión en que el Hermano al que le hacemos la pregunta haga un impasse inesperado y nos la revire: “No, primero dime tú por qué permaneces en la Masonería” y entonces seríamos nosotros los que escrutaríamos con la mirada a algún Hermano salvador que nos saque del pozo que nosotros mismos hemos cavado, porque aceptémoslo, tampoco tenemos una respuesta razonada y satisfactoria y a lo mucho nos contentaremos todos con decir al unísono que estamos en la Masonería porque nos gusta, que es más general y menos comprometedora, pero en gustos se rompen géneros y lamentablemente seguimos con la duda que nos agolpa las sienes y nos quita el sueño. Podemos lanzarla en medio de la Tenida y esperar a que uno a uno los Hermanos nos cuenten un anecdotario que va desde el consabido y esperado “Porque soy liberal” y punto, hasta que nos salgan con la melodramática historia que en un principio la logia lo rechazó hasta que de tanto insistir pudo entrar y ya tiene más de diez, veinte o treinta años en la Logia, orgullosamente, que también de orgullo se alimenta el ego de los masones.
Hemos de reconocer que ambas preguntas tienen sentido: porqué entramos no es lo mismo que preguntar porqué permanecemos. Es el equivalente a salir a dar un paseo para bajar la comida del mediodía y encantarnos tanto con el paisaje y la caminata en sí que a los veinte minutos se nos olvide por qué salimos a la calle. Es un ejemplo burdo y pueril, pero válido, porque todos los que estamos en la Logia, cualquier logia del universo mismo (que es decir, de la Tierra porque hasta la fecha no hay noticias de logias masónicas en las Pléyades o en Orión) entramos por un motivo determinado y con el caminar en la Masonería, el mismo ha variado una o más veces y al final nos quedamos porque no hemos podido satisfacer la necesidad que imperiosamente tuvimos en un inicio o que obtuvimos al andar por este Camino y esperamos en un momento determinado poder decir con orgullo, “he concluido mi Camino, hasta aquí llegué”, pero no faltan los Hermanos que nos salen con la cacareada frase de “Siempre seremos aprendices”, o su forma negativa “Nunca dejamos de ser aprendices” y una vez que pensamos ya poder respirar tranquilos y haber alcanzado el pináculo de nuestra Masonería Personal en conocimiento, filantropía, sabiduría, amistades, política o sentido social, que los motivos son variopintos y múltiples, nos salen con que somos idóneos para entrar a los altos grados o que sigamos el ejemplo de Perenganito que estuvo cincuenta años en la Logia, y en fin, que los Hermanos atinan en apretar en nosotros el botón correcto, el del orgullo, y decidimos quedarnos otra temporada, hasta que volvamos a lanzar la amenaza de ahora sí, dejar la logia y recorrer otros caminos, o de plano morir en pleno uso de nuestras facultades masónicas. Y no está de más que nos recuerden que estamos en una institución cuya historia “se pierde en la noche de los tiempos”, frase absurda e inútil, porque a decir de José Saramago: los tiempos dejaron de ser noche de sí mismos cuando la gente comenzó a escribir y al comenzar a escribir, se empezaron a registrar los hechos del mundo, se hizo la luz y se dejó la oscuridad. Pero los masones nos brincamos entusiastamente ésta reflexión y preferimos quedarnos con los dichos prefabricados.
Razones para haber entrado a la Masonería las hay de sobra, quizás no nos aceptaron en ninguna otra institución y ésta fue la única que satisfizo nuestro sentido genéticamente gregario, o desde niños andábamos de rebeldes sin causa y encontramos la causa al leer una enciclopedia o en algún cotilleo familiar se lanzó al aire el argumento de que los masones somos los chicos desobedientes por antonomasia en toda la historia, o en los últimos doscientos noventa y dos años, que es lo mismo (y más realista) y ni tardos ni perezosos nos avocamos a meter nuestra solicitud de iniciación. Pero las motivaciones varían y deben estar reforzadas con, nos guste o no, pensamientos mágicos o ideas místicas en el sentido de que vamos a dominar al mundo y, no lo neguemos, no falta quien entra convencido de que le va a tocar un trozo del planeta, aunque sea en medio del atolón de Muroroa. O bien, que en nuestras logias se encierran oscuros y misteriosos misterios, con perdón del pleonasmo, que de develarse pondrían al mundo de cabeza, haciendo cimbrar los hilos del poder y caerían instituciones milenarias, como si pudiera ser verdad lo que andan diciendo Dan Brown, Tom Egeland o Raymund Khoury, que de teorías conspiranoicas andamos ya más que satisfechos, pletóricos de ellas; y cuando declaramos no saber dónde está la Atlántida, o el Santo Grial ni quién asesinó a Kennedy, entonces llega la lógica-ilógica tóxica y desviada de las mentes que afirman que los masones de la calle no sabemos estas cosas y sólo los grandes jerarcas, que ni existen, saben los más recónditos secretos y ninguno de ellos se conoce, que son doce y que están en algún sitio perdido del planeta, llámese Shangri-Lah o Jardín Masónico de las Delicias. O bien, que en las logias se obtienen poderes maravillosos que solo los Verdaderos Iniciados han desarrollado, lo que no deja de deprimir, pues entonces, por conclusión, ninguno de nosotros es un Verdadero Iniciado y solo pasamos por la ceremonia de noche, o de plano somos indignos de mirar al Espejo Mágico sin convertirnos en piedra. O bien, que somos herederos de los Templarios y que nuestra misión es vengar a Jacques De Molay y acabar con la Iglesia Católica, como si pudiese hacerse, que los mismos sacerdotes, diáconos, cardenales, obispos, arzobispos y papas llevan dos mil años tratando de destruirla, sin poder lograrlo; además de que existen otras dos mil asociaciones antiguas y modernas que dicen ser herederas del Temple, de Hugues de Payn, de Jacques De Molay, se ponen sus capas blancas con la cruz paté y andan gritando “Hiersolyma est perdita”, mostrando documentos de dudosa antigüedad que lo mismo pudieron hacerse en la Francia del siglo XI o en la Plaza de Santo Domingo en Ciudad de México hace tres días, tratando con los mismos de reivindicar los derechos que Clemente V les arrebató en 1314. O bien, que sabemos que el mundo se va a acabar en diciembre del 2012 y que estamos preparándonos para salir todos en una nave extraterrestre antes de que tomen posesión Peña Nieto y Angélica Rivera de la anunciada Presidencia de México.
Todas estas paparruchadas provienen de la mente inflamada de personas con un pensamiento mágico, inevitable si se quiere, porque finalmente hemos de aceptar que la fe en efecto puede mover montañas, ya sea que Mahoma vaya o no a la misma o que creamos que aun existen milagros. Los seres humanos precisan de este sentido de creencia, pues a veces es lo único que los mantiene vivos o en un menor estado vegetativo, aunque los masones estamos creados con un molde diferente, si bien no quiere decir que sea el correcto, aunque para nosotros así sea. La Masonería no precisa de este pensamiento, ni de gente que sea iniciada creyendo que se va a hacer con el Poder supremo y que va a conocer el Nombre de Dios, el verdadero, el único, la Palabra que se perdió y que puede destruir al universo entero: y es que un nombre no es nada y la prueba la encontramos en que Alá que, a pesar de los 99 nombres que dice el Corán que tiene, no ha conseguido ser mas que Dios. La Masonería requiere más bien, Hermanos que puedan ser capaces de por lo menos, responder a la pregunta “¿Por qué permaneces tú en la Masonería?”.