sábado, 21 de noviembre de 2009

“ELLOS” Y “NOSOTROS”

Desde luego que llegamos a ser parte de la Orden Francmasónica, nos llega a nuestros castos oídos de Aprendiz la voz, sea por boca del Orador, del Venerable Maestro, o de cualquier otro Hermano Masón, la noticia de que nuestra institución se encuentra extendida a lo largo y ancho de toda la geografía universal –lo cual es mentira, pues la Masonería está aún prohibida en regímenes totalitarios y en teocracias orientales, pero en fin…-- y que “encontraremos a Hermanos prestos a defendernos”, apelando a la reiterativa, real y no exenta de tintes de cursilería, Gran Fraternidad basada en el sentido de amistad, amor y respeto mutuos, de manera entusiasta y sincera entendemos (o creemos entender) que todo aquel que se precie de pertenecer a la Masonería es Hermano nuestro, sin diferencias de raza, religión, ideología política, edad, condición social o ingreso económico, sin mayor discrepancia entre uno y otro que el mérito y el demérito. Después de todo, todos somos iguales ante el GADU y aspiramos a la construcción de una Humanidad armónica, solidaria, integral y basada en el amor al género humano, reconociéndonos como parte de un Todo universal.


Palabras todas estas que sin duda han mareado al amable lector y que en sí, guardan consonancia con la extensa ideología masónica que se puede resumir en el celebérrimo Código Moral Masónico. Y todo, por supuesto marcha bien hasta que aparece el fatídico primer “pero”, dado, por supuesto, invariablemente por el masón de mayor antigüedad –o de mayor edad—en la Logia: “Pero… no puedes visitar a los ‘otros’”
¡Chispas! Nos preguntamos, ¿quiénes serán los otros? ¿Acaso los Caballeros de Colón que juran acabar de manera sanguinaria con los masones? ¿Los Legionarios de Cristo? ¿El Opus Dei? ¿La mismísima jerarquía eclesiástica? Es natural que pensemos en éstos grupos de manera inmediata, después de todo, es una verdad de Perogrullo y hasta una certeza histórica que Masonería e Iglesia (fundamentalmente) Católica son enemigos irreconciliables, de acuerdo a lo que hemos aprendido aún siendo Profanos.
Pues no, aquellos “otros”, o acaso debiéramos mencionarlos como “ellos” son otros masones, los que aceptan mujeres, los que hacen logias mixtas, los que han exilado al Ser Supremo al ostracismo, los que sustituyen a la Biblia por Constituciones Políticas, los que osan cambiar de lugar y significado a las dos columnas, los que cuyos ritos tienen apenas cien o doscientos años de historia y no los dos o tres mil que presumimos con terquedad chichimeca, los que son revolucionarios y no tradicionalistas, los que no respetan las costumbres, los que boicotean los actos cívicos, los que no se pliegan a las decisiones de la GLUI… o a la inversa: los reaccionarios, los que no aceptan mujeres, ni ateos ni agnósticos, los anquilosados, los que se niegan a salir de los Talleres, los que guardan en el cofre de los secretos sus conocimientos, los que prefieren la simulación a la autocrítica, los que se jactan de una Regularidad muy cacareada pero poco entendida, los que se niegan a cambiar, los que guardan celosamente los “usos y costumbres” que no existen, los que presumen de su rito como el único válido, los que ven por encima del hombro a los “otros”, a “ellos”, a los irregulares, pobrecillos, como la secta luterana o la tendencia lefevrista que se escindió de la Única Verdad Verdadera.

Ellos y Nosotros son iguales no en la forma, pero sí en el fondo: ambos se niegan a tender puentes que se acerquen mutuamente entre sí; ambos idolatran –en México—a Benito Juárez con fanatismo mesiánico; ambos predican diatribas y vituperios contra una Iglesia (y a veces razones no faltan) que, triste verdad, ya ni caso nos hace; ambos previenen de los escandalosos abusos del Neoliberalismo económico, advierten de las amenazas de la ultraderecha, de los peligros del conservadurismo… pero ninguno de los dos mueve un dedo para impedirlo en cualquiera que sea su frente; ninguno se preocupa por defender a su Patria de las amenazas –reales o imaginarias—que se ciernen sobre él.
Se contentan con programar con meses de anticipación una cena, o comida solsticial que se ofrece como irresistible imán para limar asperezas, acercar Hermanos, armonizar ritos, fraternizar logias… aunque para el 25 de junio o el 28 de diciembre todo vuelva a la normalidad del descrédito mutuo, del rechazo entre las partes. El maniqueísmo masónico vuelve a “Ellos” y a “Nosotros” en dos polos opuestos, en las dos abstracciones políticas que han permeado el continente Latinoamericano: la Revolución y la Reacción… y ninguna otra forma ilumina el Camino.
Ser masón es más que tener una etiqueta, es más que pertenecer a un rito, es más que ser parte de una Logia, o integrar una Obediencia… ser Masón es ser también Ciudadano del Mundo, interesado en la problemática que afecte a toda la comunidad humana, aunque la trinchera sea un pequeño villorrio o una megápolis pujante, aunque solo sea educar a los hijos será un paso suficiente en beneficio de la Humanidad. Aunque sólo sea sembrar dos o tres árboles en nuestra vida, aunque sólo sea escribir un poema, aunque sólo sea ser absolutamente fiel a nuestra Verdad y a nuestros ideales; aunque sólo sea pagar impuestos (si son justos, claro), o ejercer el derecho al voto, o tener honradez en nuestro trabajo, o ser puntual en nuestras citas, o ser verdadero amigo de nuestros amigos… Es más que enseñar a los Aprendices a odiar al de enfrente, a rechazar al contrario, a negar el saludo a los “irregulares”, a no comprender que nuestras diferencias deben ser un puente que nos acerque y no una muralla que nos divida, a entender que la belleza del Universo radica, precisamente en que todos los seres humanos somos diferentes y que es nuestra obligación el continuar siéndolo…

martes, 17 de noviembre de 2009

EL SÍMBOLO PERDIDO - CRÍTICA LITERARIA

Pues bien, volvemos a estar en la picota, gracias Dan Brown. Una vez más los masones y la Masonería se encuentran bajo la inquisitiva mirada mundial, buscando el colocarnos el pie para poder tropezarnos y soltar a bocajarro nuestros más oscuros secretos y misterios más misteriosos, habidos y por haber. Aunque quizás ello no sea necesario: gracias a la lectura de El Símbolo Perdido (Planeta, 2009), miles o tal vez millones de ávidos lectores se crean a pies juntillas la teoría conspiracionista de que la Francmasonería posee y custodia un Gran Secreto que pondría a temblar a más de uno en las pretensiones de dominación universal.



Si algún mérito hemos de darle a Dan Brown en éste, su quinto thriller policiaco, es que se encuentra mucho mejor estructurado que el anterior (El Código Da Vinci, Umbriel, 2003), ha mejorado su calidad literaria y trata a la Masonería con bastante justicia, pues en ésta ocasión los masones somos los “buenos” y el único villano de la novela resulta ser un infiltrado que durante 10 años urdió una enorme venganza… lo que tampoco deja de mostrar al Supremo Consejo del Grado 33º de Washington, D.C., como un hato de cándidos que ni se imaginaban que podían ser penetrados en el nivel máximo del escocismo norteamericano. Pero en fin, sin infiltrado, no habría trama y por ende, novela.
A diferencia de El Código Da Vinci, ésta nueva entrega posee una dinámica más entretenida, el argumento es más atrapante que el anterior y sus personajes son menos fantásticos y caricaturescos. Aunque el villano resuma perversión y maldad pura, esto le da una mayor notoriedad… claro que no deja de ser un antagonista marcado por una tara física (como Silas, de El Código…, que era albino), ésta vez de manera voluntaria. Nuevamente el héroe es Robert Langdon, que dista mucho de ser un Indiana Jones, aunque tampoco esperemos un Atticus Finch (Gregory Peck, Matar a un ruiseñor) o un Quijote que desafía a los molinos de viento creyéndolos gigantes. Más bien, Langdon es un héroe intelectual, atrapado, una vez más en una intriga en donde habrá de emplear su ingenio y sus conocimientos más que la fuerza bruta, en salir airoso de la multiplicidad de problemas en que se ve envuelto.
Otra razón para darle las gracias a Dan Brown es que no dudamos en que la novela despertará las ansias de miles de personas a nivel mundial que busquen ingresar a la Masonería, ya sea por volver a estar de moda, por curiosidad literaria o por poder penetrar a los “Círculos internos” que se refieren en el thriller. Una razón de peso para sostener éste punto es el hecho de que tras la publicación de “El Código Da Vinci”, en 2003, el Opus Dei vió incrementadas sus filas en un 40% tan sólo en los Estados Unidos, país poco católico. O bien, habremos de toparnos con varios conocidos y conocidas que nos harán preguntas acerca de la Masonería, tomadas por supuesto de la lectura de El Símbolo Perdido. Nada más por eso, éste best-seller habría de ser lectura obligada entre las autoridades masónicas, para que no sean sorprendidos cuando algún periodista del sensacionalismo barato, algún familiar cercano o algún amigo profano en cotilleo de café comience a hacer preguntas incómodas acerca de la Orden y que las mismas sean argumentos desviados de la verdadera esencia de la Masonería. Nuestras autoridades habrían de leer el libro tan sólo para estar preparados. Además de ser garantía de, por lo menos –acompañados de una taza de café o chocolate—disfrutar una buena trama y pasar un rato agradable en una fría tarde lluviosa.


No nos esperemos, ni por asomo, encontrar una calidad literaria como la que habría en La insoportable levedad del ser (Milan Kundera), Ensayo sobre la ceguera (José Saramago) o Demian (Hermann Hesse). No estaremos leyendo a un Carlos Fuentes, ni a un Orhan Pamuk, ni a un Jorge Luis Borges, ni a un John Updike. No. Se trata de un autor comercial, y por lo mismo, es fiel a su espejo diario. Su finalidad es escribir libros atrayentes (no necesariamente interesantes), jugar en los mismos un poco –o un mucho- con la fantasía, con la ciencia y con las teorías de la conspiración, venderlos y forrarse el bolsillo de dólares contantes y sonantes. Hay que matizar que Dan Brown no vende gato por liebre: sabe y lo anuncia que se trata de un camelo, de una historia cuyo fin es el entretenimiento, lo mismo que si fuéramos al cine a ver a Steven Spielberg y quisiéramos compararlo con Akira Kurosawa o con Vittorio de Sica. O si viéramos un filme de Lindsay Lohan esperando encontrar a una Audrey Hepburn. Lo terrible del caso es cuando el público lector cree sin ambages que la verosimilitud es igual que la veracidad
Debemos leer El Símbolo Perdido, por lo menos para estar preparados y hablar con conocimiento de causa: desmentir o afirmar, según sea el caso, lo que se dice de la Masonería y de los masones en la novela. Y si no, por lo menos, entretenernos un par de noches sin sufrir con los reallities show de Televisa y Tv Azteca y evadirnos un poco, pues también las mentes brillantes deben descansar.

domingo, 15 de noviembre de 2009

MASONERÍA Y POLÍTICA

He aquí que la Biblia señala que cuando Jesús de Nazareth envió a sus apóstoles “como ovejas en medio de lobos”, les hizo una postrer recomendación: “Sed prudentes como las serpientes e inocuos como las palomas” (Mat, 10:16). De igual manera y ya que tan bíblicos somos en ésta Masonería nuestra de cada día, habíamos de retomar algunos pasajes del libro más vendido del planeta (la Biblia, por supuesto; lo sentimos, J.K. Rowling) y rediseñar algunos fragmentos de la Liturgia de Aprendiz, para que a los nuevos no se les sorprenda con la realidad verdadera y sin ambages de la curiosamente llamada “Fraternidad”, refiriéndome, por supuesto, a las sabias palabras del mártir del Gólgota citadas arriba. Senda advertencia es ésta, que nos enseña a andar, dijéramos en México, “con pies de plomo” ante los avatares no solo de la vida en sí, sino de sus múltiples protagonistas, vengan de donde vengan y emerjan del orificio que gusten, inclusive de la Hermandad donde somos peritos de todo y remendadores de nada, pues no es lo mismo criticar que gobernar, y si no lo creen, recordemos a Boris Yelstin antes de ser Presidente de Rusia.

Y ya que andamos en éste andamiaje, cabría analizar acerca de la situación que guarda la política en el seno de los talleres, esa abuela desterrada de la Masonería, el familiar incómodo de la hermandad que tiene prohibido hablar de ella, lo mismo que de la religión, como dos ovejas negras expatriadas del seno familiar, pero que muy a pesar de todo, la primera sigue permeando a quienes pertenecen en la Masonería, esto es, a los masones. De la segunda (la religión) ya hablaremos en alguna otra ocasión.

Es en el contexto de la traicionera pero seductora política, donde los Hermanos de la Escuadra y el Compás debemos andar con los pies de plomo, o dicho de forma neotestamentaria, “ser prudentes como las serpientes e inocuos como las palomas”. Frase que tampoco especifica si el palomar y el serpentario son o deban ser tan variopintos como los motivos de ingresar en la cacareada “grilla”, pues si se aspira a ser cándido, la inocuidad puede variar si la paloma es zurita, tripolina, silvestre o torcuaz. O si la sierpe es astuta, habría que ver si vale lo mismo ser crótalo, lución, constrictora o la simbólica Anfisbena… mas no divaguemos y señalemos que la incursión de los masones a la política es un asunto con tintes de cualidad ciudadana. Lo que vendría a ser la prueba definitiva y definitoria de que los Hermanos Tres Puntos somos entes sociales, preocupados por el devenir histórico, social, ecológico, cultural y económico de la comunidad en la cual nos desenvolvemos y que, no habiendo un mejor modo –creemos— de generar un canje en lo profundo del entorno, a veces nos contentamos por crear un cambio gatopardista en el que cambiamos todo para que nada cambie, tal y como ocurriera en los comicios mexicanos del año 2000 cuando el Hombre de las Botas sacó al Partidazo hegemónico de Los Pinos para imponer otro que salió igual, o peor que el vilipendiado tricolor.

El peligro de ingresar en la política es el considerarla una actividad altruista, sencilla, simple, común y silvestre, tanto como meter mano en el tejado de nuestras casas pretendiendo impermeabilizarlo, sin saber siquiera ir a la ferretería a comprar la brocha. Y miren que el recubrimiento de la techumbre doméstica resulta ser fácil, no así el meterse a cuestiones de la política, que rara vez entendemos o que extrañamente hallamos sincera, leal, noble y honesta; por lo menos en este continente que reza a Jesucristo y habla en español, pues la mayoría de las veces nos topamos no con pared, sino con un verdadero muro de cientos de pulgadas de grosor en éste sentido, reconociendo, más tarde, que la actividad política es tramposa, deshonesta, desleal y olvidadiza. La política es una actividad que puede ser grande, esclarecida, linajuda, magnánima y preclara, puede llevar a la heroicidad –como ha hecho de cuando en cuando—a quienes la asumen como un compromiso desinteresado y les otorga un lugar en la historia local, nacional o mundial. Para desgracia de todos los que tenemos (o nos preciamos de tener) dos dedos de frente, ésta visión utópica de la Política se encuentra en lontananza. Después de decir estas palabras, no nieguen que surjan voces que apelen a mi falta de cordura, mi escasez de tacto o mi nulidad de experiencia y defiendan a capa y espada los beneficios de ser político y la obligatoriedad masónica de desarrollar dicha actividad (pues los masones debemos ser políticos, dicen los que pretenden ser duchos en el tema), aunque nos vaya la vida, la honra o la fama en ello. Nada más leyendo “La Jornada” a diario y “Proceso” cada semana, nadie se transforma en perito de la política, aunque se insista en ello con tozudez fanática. Nada más llevándonos con un líder de moda y asistiendo a mitines multitudinarios; nada más con tener buena oratoria y sacar su credencial de militante, nadie se vuelve ipso facto en político, digan lo que digan. Ni juntando todo esto. Y si no me creen, ahí tenemos al celebérrimo Rafael Acosta, “Juanito”, que por andarse metiendo a desfacer entuertos acabó en la picota. Pero este es un caso extremo de un hombre desarraigado, así que mejor concentrémonos en citar a otros famosos que pretenden encontrar el Hilo de Ariadna y llevar a los exilados a la Tierra Prometida… si es que se nos ocurre alguno que lo haya hecho…

Es de comprenderse que el masón se incline hacia la política, pues finalmente antes de ingresar a la Augusta Institución de los Misterios, por lo general, anduvo brincando de partido en partido o de asociación en asociación que le permitiese brillar en ésta –o en cualquiera otra— actividad, sin lograrlo muchas veces. Además, existe un maridaje histórico –y más bien diríamos amasiato, por aquello de que no está legalmente tipificado en los ancestrales y celebérrimos Landmarks— entre Masonería y Política, desde que los Hermanos Ingleses protoespeculativos de 1715, 1717 y años subsecuentes planearon otorgar legitimidad a Su Majestad Británica Jorge Luis de Brünswick y Wittelsbach, o Jorge I de Hannover, en contraposición con las aspiraciones del legítimo heredero a la Corona, Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, “El Viejo Pretendiente” y crearon una sociedad pro-Hannover refundando a la ancestral Masonería, que ya estaba en las últimas, toda vez que los viejos masones “operativos” estaban cuasi extintos y la nobleza inglesa andaba buscando un partido político que no fuera partido, una institución ideológica que no estuviera comprometida con nadie y un sistema filosófico en que poco se filosofara en asuntos mundanos… y encontraron a la agónica Masonería.
El problema era que existían documentos antiguos en que se especificaba que los Masones debían ser leales al Rey, a Dios y a su Maestro, pero ninguna mención de agruparse para fines partidistas. Los Hermanos de la Rubia Albión dieron carpetazo al problema y poco más tarde señalarían que no cabían las discusiones sobre política en el seno de los Talleres. No hacía falta, pues cuando un grupo en conjunto se pone de acuerdo sobre a quién plegarse, se acaba la discusión. Eso fue lo que hicieron los masones Hannoverianos, haciendo de la política, la “hermana incómoda” sempiternamente de la Masonería y relegando a los estuardistas al ostracismo, como dijera dos siglos más tarde Luis Echeverría, tachándolos de “Emisarios del pasado”, solo que con un hiperbólico término mejor: “Irregulares”, así se exiliaron en Francia y en otros países a la espera de volver a ocupar el trono inglés, buscando apoyos, pizcando ayudas por aquí y por allá, hasta que en 1738 Su Santidad Clemente XII sacó su famosa bula “In eminenti apostolatvs specula”, con la que condenaba a la Masonería que andaba ya por toda Europa alebrestando el gallinero a favor de los Estuardo. Y como al Vaticano –razonó—no le convenía ni los unos ni los otros, y menos una institución que estaba politizando todo el continente sin pedir su venia, de paso condenó a ambas partes: los Hannoverianos y los Estuardistas. Asunto arreglado.

Fueron más listos los Hermanos que promovieron la Independencia de las Trece Colonias, y desde un principio llegaron a una especie de arreglo tras bambalinas para acomodar la emancipación del norte de América. Sirvió además que el Rey inglés Jorge III estaba un poco chiflado y le importaba un comino que un grupo de masones pretendieran libertar un territorio agreste, inútil –porque no había oro- y pletórico de granjeros y gente puritana, más papistas que el Papa. Así nacieron los Estados Unidos, en medio del desprecio militar y el ostracismo político de una metrópoli que hizo como que se defendía, mientras que los colonos y milicianos hacían como que guerreaban. Más desafortunado fue el paso de la Masonería Política en Latinoamérica, pues con sus raras excepciones, la experiencia de la América Hispana fue más bien tormentosa, desconfiada y hasta traumática. Solo Benito Juárez en México, Francisco de P. Miranda en Centroamérica, Simón Bolívar y José de San Martín en Sudamérica habrían de mostrar al mundo que la política y la masonería funcionan y pueden andar de la mano y ellos, incólumes y egregios prohombres de la Masonería, pueden volar sobre el pantano sin mancharse… o tal vez manchándose poco. Lo que no anticiparon estos nobles patricios fue el desgarriate que habrían de heredar a las generaciones posteriores de sus émulos, quienes pretenden colgarse de sus hombros para alcanzar las alturas del poder… pero así es Latinoamérica: se nimba, se corona y se recuerda al que levanta la mesa, no al que sirve las viandas…

En apariencia, la Masonería se rige por un sistema democrático muy particular, a lo masónico, diríamos. Y en teoría, la Democracia funciona, lo mismo que el cristianismo de Jesús, el socialismo de Marx o el maldito Supercolisionador de Hadrones en Suiza. En realidad, el gobierno masónico es, no una Democracia Representativa, sino más bien (en la mayoría de las logias) una Gerontocracia Aristocrática, en que vale más el tiempo que lleves dentro de la Orden que el esfuerzo que hagas en menor tiempo. No hay que olvidar que la Masonería tal y como la conocemos hoy en día, proviene de un sistema Monárquico como el inglés. Parlamentario, sí, pero Monárquico a fin de cuentas. Por tal causa, las decisiones son verticales y provienen de un solo hombre, no de un conjunto de ellos. Cuando la Masonería llegó a México y el resto de Latinoamérica, los Hermanos de entonces no se percataron del contexto en el cual se desenvolvía, pero lograron adaptarla al sistema Republicano que más ha permeado en la Región: el Presidencialismo a ultranza (y no el parlamentarismo tan ansiado por las nacientes democracias latinoamericanas), por lo que no es raro que surjan caudillismos y cacicazgos dentro del seno de los Talleres Masónicos que conforman la inmensa geografía nacional. No siempre esto es así en todos lados, pues existen logias que han logrado apechugar el problema y restringen sus decisiones a la mayoría del quórum, sean Aprendices, Compañeros o Maestros los que decidan. La dificultad reside en el momento en que se va a decidir el nuevo gobierno, pues por ley sólo pueden votar los Maestros Masones –eso sí, los masones somos profundamente respetuosos de nuestras leyes masónicas y profanas—. Afortunadamente el ingenio humano no tiene límites y esto se resuelve creando a diestra y siniestra Supermaestros Masones, como si se fundaran tiendas Oxxo en cada esquina.

Haría falta que los masones nos metiésemos, sí, a la política, pero no para volvernos poderosos, sino para ayudar a los más necesitados, a los olvidados, a los vulnerables. Haría falta que asumiéramos el rol que ha hecho famosa a la Orden Masónica: el de la lucha por las causas sociales, no importando o importando muy poco quién o quienes detentan el poder que finalmente es temporal, pero NUNCA como institución, sino como ciudadanos. Haría falta que fuésemos menos soberbios y aceptásemos que también hemos tenido Hermanos políticos y estadistas de dudosa moralidad, de poca sensibilidad, de nula humanidad. Haría falta que fuésemos menos cobistas y zalameros con los políticos en turno y más combativos y valientes para señalar sus errores, y también honestos y dignos para aplaudir sus aciertos. Haría falta que asumiésemos el riesgo de cambiar nosotros antes que pretender vanidosamente, cambiar al Mundo que nos rodea. Haría falta que también en lo interno de nuestra Masonería fortalezcamos a la Institución, viendo hacia el futuro, no hacia el pasado. Haría falta que tengamos la misma visión en común que cita el Querido Hermano Cuauhtémoc D. Molina García:

“Aquéllos “masones” que quieren ver a la Orden convertida en una suerte de partido político, o de organización no gubernamental, desempeñando un activismo social y profano, o bien desconocen lo que la masonería ES, o claramente tienen intereses y afanes protagónicos que mucho se alejan del verdadero espíritu, objeto y objetivo de la Augusta Orden Fraternal.

“Más vale que reflexionen y que decidan su pertenencia a la Institución, pues desconocen uno de los principios fundamentales de la enseñanza masónica que dice:

“La Masonería comienza su obra en los hermanos, y por consecuencia lenta, pero eficaz y profunda, la termina en la sociedad profana”. (http://logiaconcordia.blogspot.com/)