domingo, 27 de febrero de 2011

Necesitamos más zarzas y menos Papas.


El problema no es que exista un Papa, sino que lo deifiquemos. El problema no es que haya un Dios, sino que lo hemos olvidado. Creemos en la voz del hombre, pero desoímos cuando Dios nos habla directamente. Si el señor que vive en el Vaticano tiene sus propias ideas, allá él. Son muy suyas y hay que respetarlas, tal vez escucharlas y acaso, seguirlas si nos resultan buenas y no atentan ni contra nuestros valores ni contra la palabra que Cristo intentó (pobre, casi nadie le entendió) transmitirnos… pero de ahí a obedecer a pies juntillas, sin pensar, sin razonar, sin abrir nuestra mente, nuestro espíritu y nuestro corazón a Dios y saber si es lo que en verdad Él quiere, dista mucho.

Tal vez Nietzche tuviera razón: Dios ha muerto. Lo asesinó el Hombre. Lo peor es que seguimos como si nada, como si siguiera vivo, como si el Divino Cadáver aún hablara a través de sus “enviados”, sean sacerdotes, clérigos, rabinos, ulemas, imames o papas, cuando en realidad no es cierto. El Hombre habla, el Hombre lo escucha, y comienza a dividirse la humanidad. No es una división política, ni de lenguas, es una división de religiones: tú eres musulmán, yo soy cristiano. Tú eres judío, yo soy católico.

Si Dios hubiera querido que sólo conociéramos el Bien y el Mal, tal vez el mundo sólo lo hubiera hecho en blanco y negro. Afortunadamente, nos dio los colores del universo para nuestro deleite. Si Dios hubiera querido que no conociéramos el Bien y el Mal, no se hubiera tomado la molestia de plantar el Árbol del Bien y del Mal en el Jardín del Edén, pero para eso precisamente estaba: para que Adán y Eva, símbolos de la humanidad, lo vieran, lo probaran, lo sintieran. En realidad el diablo no hizo sino cumplir con el mandato divino, para que el mundo dejara de ser blanco y negro y fuera de todos los tonos del universo.

¡Ay, Dios! ¿Por qué nos has abandonado? En verdad que tendrías más éxito con respecto a Tu voluntad si hubiera menos clérigos, sacerdotes y profetas y hubiera más zarzas ardientes… creeríamos más en Tu Palabra y menos en los hombres imperfectos.

Qué mundo es este, si n Dios y con papas…

miércoles, 23 de febrero de 2011

El miedo

No podremos ser libres en tanto el Miedo anide en nuestro ser. El miedo puede llegar a ser muy poderoso porque es instintivo: brota de nuestro afán de supervivencia y abarca mente, cuerpo y espíritu. Es preciso desterrarlo para que no se convierta en una rémora que impida o estorbe a nuestro Camino.

El miedo suele sumir a nuestro Yo Interno en una noche oscura. Puede llegar a ser paralizante e impedirnos el movimiento. Así no podremos recorrer el Camino y por ello es preciso no sólo evitarlo, sino deshacernos definitivamente de él.

El miedo es instintivo, pero la sensación del miedo se nos enseña a sentir desde niños. El miedo es el primer condicionante impuesto y aprendido, para acceder al mundo de los adultos. El adulto siente miedo, vive con miedo. El niño no: es ajeno a ésta sensación negativa. Sólo en caso de un peligro inminente, real y próximo, el niño siente miedo. Al niño se le enseña a sentir temor a Dios. Y me pregunto: ¿cómo podemos sentir miedo del Amor Absoluto? Es la máxima contradicción en la que han caído las religiones: si Dios nos ama, luego entonces no podemos sentir miedo de Él.

La condicionante que se nos inculca es la dualidad recompensa-castigo. El deseo de ser recompensados y el miedo al castigo. Sin ser conscientes de lo que ello implica, nuestros padres nos condicionan dos aspectos negativos: el temor a la reprensión, a ser castigados, y el deseo de obtener algo a cambio si cumplimos las expectativas. A partir de ese momento, ésta dualidad nos acompañará en todas las decisiones de nuestra vida. El deseo y el miedo nos esclavizan hasta que nos liberamos de ellos.

En ello se basan las religiones institucionalizadas para ejercer el control sobre los hombres: el Paraíso y el Infierno. Sólo los oficiantes religiosos son tan astutos para amenazarnos con el miedo de perder nuestra alma, algo tan imposible como irracional. Porque nos pueden amenazar con desprendernos de los bienes materiales y en ello se sustentan nuestros miedos. El miedo se basa en lo material porque el espíritu y la mente nadie nos los puede arrebatar, salvo el Uno. Lo material puede perderse o ser arrebatado. El miedo descansa entonces en el apego material.

El miedo es una motivación negativa en la que subyacen muchos de nuestros actos. El miedo nos frena y nos condiciona. Por ello, el miedo ha sido largamente aprovechado para que algunos hombres logren ejercer el control y el dominio político o social. Amenaza y miedo son palabras que se complementan. Ambos términos son uno solo.

Los dioses y las religiones nacieron del miedo. Se nutrieron de éste principio. Aunque se han revestido con el ropaje del misterio, del ritual, de la fe, todos ellos no son sino vestimentas del miedo. El hombre en sus albores, era incapaz racionalmente de explicarse los fenómenos naturales del planeta, de su universo. Entonces nació el miedo y con él, las religiones.

Los temores han explotado al hombre porque el hombre ha explotado sus temores para su propio provecho. Muchos de los miedos han sido fabricados por la desbordada imaginación del hombre. Conceptos tales como los fantasmas, las brujas, los monstruos, son irreales: carecen de sustento tangible y han derivado en o bras literarias fantásticas o al menos, en representaciones simbólicas. Aun así, hay quien cree en ellos.

Muchas definiciones coinciden en que el miedo es una emoción desagradable, pero necesaria para la supervivencia. Si bien es cierto que en su aspecto pasivo el miedo ha librado al ser humano de la extinción, no deja de ser cierto que con frecuencia se le confunde con la Prudencia, indispensable para que el Caminante no caiga en las trampas del Camino ni en las garras del egocentrismo.

No es posible vivir la vida con miedo. Una vida con miedo no es vida. Es una vida pletórica de desasosiego, de angustia, de desesperación. Sería como vegetar, como transformarse en una estatua. Al vivir siempre con miedo, no habría paz interior, se extinguiría el Yo. Nos convertiríamos en lo que tememos y el miedo, al asumir el control y el dominio total del espíritu, sería el Yo. El miedo se volvería en nosotros.

Si no pensamos, no sentimos miedo. Pero es imposible no pensar. Si vivimos recordando el pasado, tendremos miedo del presente. Si vivimos imaginando el futuro, tendremos miedo de lo que nos depare. Hacia atrás es historia, y no podemos cambiarla. Hacia delante es solo imaginación y aún no ha ocurrido. Por ello debemos trascender ilusiones falsas como el ayer incambiable y el mañana, indefinible. Todo aquello que no se puede cambiar y todo aquello que no se puede definir, no deben ser preocupación nuestra ni sentir miedo.

El Caminante ha de transitar el sendero libre de todo aquello que lo esclaviza a sí mismo y a los demás, esclavo del propio mundo que ha creado y del cual ha perdido el control. Y cuando se ha perdido la ilusión del control, no queda más remedio que ser libre.

Ser libre del miedo no debe de ser una aspiración, sino una realidad. La lucha contra el miedo o contra nuestros miedos se lleva a cabo con esfuerzo, porque el miedo es una emoción tan intensa, que requiere de todo nuestro poder interior para dominarlo, para vencerlo, para desterrarlo.

Como acto reflejo el miedo siempre estará presente en nosotros para recordarnos nuestras raíces animales, para recordarnos que el instinto pervive en nosotros y que debemos de dominarlo para acceder a nuestro propio crecimiento espiritual.

Vivir sin miedo es vivir en plena luz de nuestra Conciencia.

lunes, 7 de febrero de 2011

Lo creado y lo heredado

Los masones provenimos de una ceremonia llamada “Iniciación”. Ésta se efectúa con la presencia y aquiescencia de por lo menos siete masones constituidos en una Logia Regular. A su vez, estos siete (o más) fueron iniciados por otros tantos Hermanos y así sucesivamente hasta el infinito… o hasta 1717, lo que llegue primero. Por supuesto que se trata de una serie sucesiva de eventos cíclicos, por ejemplo: el Hermano “A”, recibido en logia en 2011 fue iniciado por otro Hermano al que llamaremos “B”, quien fue iniciado, digamos, en 2000. A su vez, “B” recibió la Luz de un Hermano iniciado en 1987… y así sucesivamente.

Esto quiere decir que los nuevos son recibidos por los viejos. Y estos “viejos” fueron “nuevos” ante los “viejos” de su tiempo. Nuevamente, un ciclo que se repite sin cesar… resultado: los masones heredan sus logias, cuando no las crean.

Pocos son los masones que conozco que han sido creadores de algún Taller. Por lo general, las Logias masónicas son añejas, de regia estirpe, a veces centenarias o hasta sesquicentenarias, situación más que loable, pues lo verdaderamente importante y trascendente no es crear una Logia, sino mantenerla y, por supuesto, que a través de los años, sean iniciados Hermanos que tengan la sapiencia, la paciencia y la energía necesarias para no dejar que decaiga. Generalmente los “viejos” hablan maravillas de sus logias a los “nuevos” que, a su vez, llegado el momento, pasarán la estafeta a los “neo-nuevos” que vayan entrando. A veces, el ciclo se corrompe y no faltan Hermanos que heredan odios, rencores, rencillas que, sin deberlas ni tenerlas, se transmiten entre Hermanos de una Logia de estandarte azul y otra con un lábaro de un celeste más clarito… así ha sido siempre: además de heredar amor por su logia, heredan odios hacia “los de enfrente” y esto, ¡a pesar del juramento de fraternidad que debe imperar entre todos los masones del universo!

No faltará uno, o quizás varios Hermanos quienes, decepcionados de la forma como se lleva a cabo la Masonería, se retiran de su Madre Logia con el objetivo claro y preciso de formar un nuevo grupo… más fresco, más ágil, más pragmático, más ortodoxo o más heterodoxo… la Masonería, se dice, resulta debilitada. A mi juicio es todo lo contrario: se fortalece. Se fortalece porque dos logias (en tanto no compitan entre sí) pueden ser más críticas que una sola… porque dos logias pueden ser dos miradas sobre un mismo objetivo… porque a veces los “viejos” ya destilan anquilosamiento (y no me refiero a la edad, sino a la forma de pensar) y preciso es renovarse… renovarse o morir, dice un antiguo refrán.

Los Hermanos Masones que crean son tan laudables y tan admirables como los que heredan… porque ambos fomentan el espíritu masónico. Porque mientras los unos seguirán con un estilo muy propio y respetable, porque les ha funcionado cincuenta, cien o más años, los creadores impulsarán un nuevo estilo, más jovial tal vez… aunque irremediablemente, pasado el tiempo, habrá de ser el “estilo viejo” y quizás, habrán otros siete o diez Hermanos que se atreverán a desafiar el statu quo y crearán algo nuevo. Así, el mundo ha girado desde siempre y seguirá girando. Así, renovándose una y otra vez hasta que una de dos, o la Masonería se extinga, o el planeta colapse.

Poco entendemos los masones de éste ciclo. Generalmente somos iniciados y se nos dice que la categoría de Masón nos acompañará el resto de nuestra efímera existencia terrenal. Y así es. Quienes creamos, o heredamos, imbuidos del entusiasmo que traemos desde Aprendices, crecemos como masones y vamos sorteando pruebas y acumulando grados y cargos en nuestra Logia –y quizás en la Gran Obediencia. A veces no nos damos cuenta que llega el momento en que envejecemos junto a nuestra Logia. A la que creamos o la que heredamos, no importa. Y no nos pesan los años que han pasado, sino la tozudez al cambio. No es fácil entender que los “nuevos” requieren más nuestra experiencia que nuestro austero juicio… que los recién legados precisan de instrucción y no de trabas… requieren, necesitan y ruegan por verdaderos Maestros Masones y no fardos que cargar. Debemos entender que los nuevos quieren aprender y aprehender de nosotros y que a veces, lo mejor que podemos hacer, es precisamente hacernos a un lado. Y necesitan de los "viejos" porque ellos son la suma de la experiencia, la sabiduría, la fuerza verdadera de la Masonería... porque los viejos no son, no deben ser, material de deshecho, sino columna vertebral de toda institución. Pero a veces la vejez nos llega de manera harto diferente: por ejemplo, cuando aún jóvenes, nos dejamos vencer por el peso del pesimismo, de la negatividad, de la idea pervertida y corrompida por años, lustros, décadas de hartazgo, de cansancio. No tiene porque ser así siempre, por supuesto.

Cada masón posee su propio ciclo y su propio ritmo. Hay algunos que han estado sesenta y cinco años ininterrumpidos de trabajo masónico, pero que en los mismos se han ido renovando una y otra vez, de tal manera que son capaces de hablarles a los jóvenes en su propio lenguaje. Con otros, la fortuna no les sonríe mucho: han estado la mitad del tiempo… 30 años quizás, y siguen pensando, actuando y mirando el desarrollo de la Masonería como si fuera 1981. O 1970. O 1950. Por respeto a su experiencia y sabiduría, se les tolera… y sus comentarios son bienvenidos. Pero cuando en lugar de dar alas a los nuevos, les cortan las plumas para que no vuelen, entonces su presencia resulta inútil e innecesaria. Como reza un Hermano: “meten a los aprendices al agua y salen con sed”.

Algún día los que aún somos –o nos preciamos de ser—jóvenes, seremos viejos. Mi madre desde niño, me dice: “Como te ves, me ví… como me ves, te verás”. También esto debería aplicarse a los masones. Mi ciclo masónico algún día terminará… y no será cuando me pesen los pies, ni cuando se me caigan los dientes, ni cuando no pueda ir solo al sanitario, ni cuando las canas pueblen mi cabeza… será cuando haya contaminado la Logia que cree… será cuando haya corrompido la logia que heredé… será cuando de mi boca salga odio o rencor hacia otros Hermanos… será cuando en lugar de criticar, despedace a mis cofrades… será cuando mi mente sea tan obcecada que me ciegue y me impida ver que los más jóvenes pueden hacer una Masonería diez, cien o mil veces mejor que la que yo hice… cuando, en resumen, me haga un viejo decrépito sin importar cómo esté el envase…

…y sólo ruego al Gran Arquitecto del Universo que haya algún Hermano con suficiente valor para decírmelo.

martes, 1 de febrero de 2011

La Búsqueda Espiritual

Para muchos, la vida carece de sentido y resulta frustrante. La vida es frustrante porque la llenamos de deseos, y todo deseo es frustrante. Cuando en la vida solo encontramos frustración, es cuando comienza la Búsqueda Espiritual. Es cuando empieza el Camino.

No estamos buscando Lo Que Es. Nos pasamos la vida buscando lo que es deseado. Por lo mismo, si seguimos deseando, la vida seguirá siendo frustrante, porque la vida es como es. La vida no es como queremos que sea. Desear es la base de la frustración.

La Búsqueda Espiritual significa encontrarse con la realidad tal como es sin ningún deseo. Al hacer a un lado el deseo, hacemos a un lado la frustración. En el momento en que no hay deseo, el mecanismo de proyección deja de funcionar, entonces podemos ver las cosas tal como son.

La mente que está en una Búsqueda Espiritual es una mente sin deseos. El Buscador Espiritual es quien está consciente de lo absurdo del deseo y entonces, está preparado para conocer lo que es. La Búsqueda Espiritual es la búsqueda de la realidad. La realidad está siempre en el presente, aquí y ahora. El hombre nunca está en el presente. El Caminante debe estar en la realidad, en el presente. El hombre siempre está en el futuro, en sus deseos, en sus sueños.

Es verdad que los sueños han motivado al ser humano por la senda del descubrimiento y de la ciencia. Pero, ¿ha valido la pena? La ciencia ha logrado avances inimaginables en los miles de años de historia del Hombre, pero no le ha cambiado su faceta destructiva, su crueldad con sus semejantes y con la Naturaleza; sus ambiciones, sus egoísmos, sus ansias de poder, de gloria, de honores. Todo ello ha ensombrecido y continúa ensombreciendo a la ciencia. Tampoco las religiones institucionalizadas han podido resolver las máximas dudas del Hombre, y se han contentado con llenarle la mente de muchas más preguntas, de misterios y de enigmas alrededor de un Dios que no se puede ver, ni oír, ni tocar, pero que basta con estirar la mano –metafóricamente—para alcanzarlo.

La realidad está aquí y es ahora. No hay mañana. Olvidémonos del ayer. El único tiempo del que disponemos es el Ahora, pues éste nunca pasa. Ser Buscador Espiritual es estar aquí y estar ahora.

El masón es un Buscador Espiritual. En tanto que la Masonería reviste una inutilidad práctica, no le queda más remedio –y así fue planificada—que volcarse hacia la Búsqueda Espiritual, aunque algunos no lo comprendan. Aunque algunos sólo visualicen el oropel, la Búsqueda Espiritual se percibe a lo largo de todo el Camino.

Los ojos engañan. Los ojos solo ven lo que la mente quiere ver. así nacen las falsas ilusiones. La realidad de la Masonería es muy diferente de lo que los ojos de muchos masones contemplan, extasiados en el lujo y esplendor de los símbolos. No todos saben armar rompecabezas.

No obstante, la Masonería no forma santos, sino Hombres Verdaderos, en comunión consigo mismos y, por tanto, con el Uno. No busca la santidad, sino la espiritualidad. No busca la trascendencia, sino la inmanencia. No forma civilizaciones: forma hombres que crean civilizaciones. La Masonería crea Caminantes. La Masonería crea Buscadores.

La Búsqueda Espiritual no persigue la salvación después de la muerte. Eso es deseo, incluso más codicioso que el deseo de poder, el deseo de riqueza o el deseo de prestigio. Este deseo de salvación es el más codicioso porque va más allá de la muerte.

La Búsqueda Espiritual no es tampoco buscar a Dios. También el buscar a Dios es un deseo codicioso. Cuando un hombre busca a Dios, siempre lo está buscando por algo: sea salud, trabajo, dinero o amor de pareja. No es un acto noble, aunque los propósitos parezcan elevados. Todos estos son deseos de codicia: surgen porque los hemos visto entre los más allegados, por eso los codiciamos. Dios no está para cumplirnos caprichos. No es nuestro sirviente, ni nuestro jefe. No es un médico, ni un empleador, ni un consejero de parejas. Él es quien Es, ese es Su nombre. Y estos deseos son vanos. Sigamos la máxima hebrea: “No mencionarás el nombre de Dios en vano”.

Dios está ahí, pero no es debido al deseo. Ello es la realidad y la realidad es divina. La realidad no está allí por deseo. La realidad está en el presente y el deseo es proyección al futuro. La Búsqueda Espiritual es la desilusión del futuro y el permanecer en el presente. Es estar en el presente.

Desear es correr sin llegar a ninguna parte. Al correr, vemos hacia el frente, no a los lados. Es preciso quedarnos quietos y conocer lo que hay alrededor, lo que es. Todas las puertas están abiertas, pero corremos tan rápido que no podemos verlas. Mientras mayor es la frustración que sentimos, mayor es la velocidad con que corremos.

Es absurdo, porque nadie llega a la meta, aunque siempre hay alguien más adelante que uno y otro que va detrás. Estemos donde estemos, por más que aceleremos el paso, siempre habrá alguien adelante. Y eso es porque al desear corremos en círculos, sin llegar a ningún lugar. Con la realidad es a bien seguro que andaremos en línea recta.

La Búsqueda Espiritual no es buscar algo, no buscamos un objeto. La Búsqueda Espiritual es saber lo que es. Y el saber siempre llega en el momento preciso en que debe de llegar y no hay que apurarlo.