jueves, 23 de junio de 2011

Cómo organizar un Banquete Solsticial (y no morir en el intento)

Durante mi estadía como Diputado de Distrito Masónico (2007-2009), tocóme en suerte organizar por lo menos 4 celebraciones del Solsticio: 2 para el verano y 2 de invierno. Antes de ello, coadyuvé a la organización del anterior Diputado de Distrito (2005-2007, otros 4) y antes de ello, estuve de cerca organizando otros 2 siendo Venerable Maestro de mi Madre Logia (2004). Por ende, considérome lo suficientemente experimentado para mencionar el tema.

Organizar una celebración de ésta magnitud no es como hacer huevos motuleños: tiene su chiste, su gracia. No es poca cosa, pues se trata de la celebración masónica por antonomasia. Podemos no ir a los festejos cívicos del Benemérito de las Américas… podemos no asistir a los aniversarios de nuestra Logia o de los Talleres Hermanos. Es más, podemos perdernos ocasionalmente alguna iniciación, algún ascenso o incluso una exaltación. Pero perderse el Solsticio Estival o su correspondiente Invernal es el equivalente a que un Cardenal dejara de ir a un cónclave para elegir al Papa.
Por lo mismo, me permito hacer algunas recomendaciones para la feliz consecución de una cena o comida solsticial.

1.- Lo primero que hay que hacer es saber con quién se cuenta. No me refiero al número de Hermanos Masones que se encuentran dentro de la Logia o del Distrito Masónico (en caso de que varias logias se pongan de acuerdo –rarísima avis--), sino, realmente saber con quien contamos. Generalmente al preguntar “¿Mi Hermano, vas a ir al Solsticio éste año?” el 90 por ciento de los masones aseguran su asistencia. La realidad es menos romántica: por lo general, asistirán el cincuenta por ciento de ese noventa. Es decir, 45 de cada 100 o 4,5 de cada 10. En especial en invierno, la inasistencia es mayor, lo que es comprensible dado que estas fechas se prestan a realizar viajes al exterior o para reunirse con sus familias. Muchas veces encontramos a Hermanos honestos que con toda sinceridad nos dirán “Lo siento, Hermano, ésta vez no voy a poder ir”. Agradezcamos a Janus que aún haya este tipo de masones. Pero no echemos las campanas al vuelo: muchos nos dirán que van y no llegan. Lo más recomendable es mandar hacer pases o boletos de entrada en número aproximado.

2.- En seguida, habrá que buscar un lugar adecuado para hacerlo. Los restaurantes son bastante públicos y a los comensales les causaría cierto escozor ver a un grupo de chiflados estar brindando por el sol, la luna y las estrellas. Hay logias que suelen llevar a cabo los solsticios en sus respectivos locales, en los salones de banquetes apropiados para ello. Si no se cuenta con uno, sería recomendable buscar un salón de fiestas. Aquí es donde empiezan las complicaciones, pues los masones solemos ser harto exigentes y cuando no criticamos la ubicación del salón, lo hacemos con el estacionamiento, el servicio o los baños. El salón, preferentemente, debe estar en un lugar que pueda encontrarse con facilidad, un lugar céntrico, por ejemplo. Que tenga estacionamiento suficiente y, en especial, sus dimensiones: que no sea lo bastante grande para que se perciba que no se llenó, ni lo bastante pequeño para que no quepa nadie. Término medio sería bueno.

3.- Por ningún motivo dé a los Hermanos la oportunidad de escoger el menú. Sé que se escucha bastante antidemocrático y autoritario, pero lo mejor es confiar en el buen gusto de uno y evitar controversias en éste sentido. Si les damos a escoger el banquete, no faltará el vegetariano que se oponga a la carne asada, o al que no le guste la sopa de coditos, el que se resista a una guarnición de champiñones o al que salga con que la coca es agua negra del imperialismo yanqui… y será el cuento de nunca acabar: llegará el 22 de junio o el 26 de diciembre y aún no habremos definido el menú. Relájese, escoja lo que considere mejor y haga oídos sordos a las críticas. De cualquier manera, nadie va a salir del todo satisfecho e irremediablemente lo van a criticar.

4.- En lo que respecta al vino, no tenga mucho cuidado. Pocos masones son verdaderos enólogos y los hay quienes se beben hasta un agua quina. Pero cuidado, tampoco pretenda darles gato chino por liebre chilena. Adquiera buenos vinos. Los hay chilenos, españoles o de nuestra bella península de Baja California que resultan exquisitos y no son tan caros. Curiosamente los vinos de consagrar resultan bastante buenos. Adquiera los suficientes para realizar los brindis de rigor y luego, despreocúpese: empezarán a pulular brandis, tequilas y rones como lagos hay en Finlandia. Dé, eso sí, una buena atención. Vaya de mesa en mesa a preguntar si todo está bien, si no se les ofrece algo más… provéase de las bebidas espirituosas antes mencionadas de manera suficiente. Recuerde que el vino es nada más para los brindis, pocos son quienes siguen degustándolo.

5.- Provéase de una Mesa de Honor. Estas son, por lo regular, más extensas de lo que se piensa y a veces hasta el Ecónomo adjunto se quiere sentar allí. Recuerde que la Mesa de Honor es para las altas personalidades e invitados de honor –valga la redundancia--. En ésta mesa deberán sentarse el Gran Maestro (o quien lo represente), los Venerables Maestros de las Logias y ya. Acaso, por respeto, el decano de la masonería local (o sea, el masón de mayor antigüedad y edad). Todos los demás Hermanos pueden y deben ser humildes y tendrán su plaza con el resto. También recuerde que el Gran Maestro es la máxima autoridad y solo él podría autorizar a un Hermano que se siente en la Mesa de Honor. Rara vez lo hacen, pero sí hay casos…

6.- Sea puntual, pero flexible. Si la cita es a las 8 de la noche, dé una media hora de tolerancia. Recuerde que no todo mundo es puntual y a veces ya andamos con el Jesús en la boca cuando vemos que los Venerables Maestros invitados aun no llegan. No dé lugar a que empiecen las murmuraciones “qué mal organizado… mira no me han servido ni un refresco… qué mal servicio… a qué hora empezamos, mi hermano…” Reúna a las autoridades y sea tajante: empezamos en veinte minutos esté quien esté. De cualquier modo, a la mitad de los brindis veremos llegar a diez o doce Hermanos más.

7.- Los brindis son el punto esencial. Nos puede fallar todo, menos el convite. Generalmente es el Venerable Maestro o el pleno de la Logia quien designa a quien habrá de representar al Taller en el Solsticio (si es que se hace este evento entre varios Talleres, se reparten entre las logias participantes). Así que por ello no se preocupe, ya habrá tiempo de sobra para darnos con la cabeza en la pared cuando empiecen a hablar. Hay logias que, para animar a sus Aprendices y Compañeros, les dan un brindis “para que se vayan fogueando”. A veces nos sorprendemos de la extraordinaria oratoria que desarrollan estos Hermanos de quienes podríamos creer que son inexpertos. Y a veces, también, los Maestros son quienes nos decepcionan.

El tiempo de un brindis no debería exceder los cinco minutos como máximo. Los verdaderos grandes oradores ni se exceden de este tiempo ni tienen que leer su brindis. Pero tampoco nos sorprendamos de que haya Hermanos brindadores que no quieran soltar el micrófono después de veinte minutos y hasta se echen un discurso político (indefectiblemente liberal y juarista), conminando a los asistentes que estén muy atentos a los avances de la ultra derecha conservadora. No falla, créanme.

8.- Búsquese un buen maestro de ceremonias. No sólo a quien lleve el báculo con maestría, sino a un buen presentador que además tenga a bien hacer una breve introducción acerca de por qué celebramos los masones éstas fechas. Recuerde que habrá profanos familiares y amigos, pues es ceremonia blanca, y no deberían de quedar dudas acerca de qué hacemos los masones grosso modo. Quien quita y salga de ahí alguien convencido y que desee ingresar a nuestras filas.

9.- Cuide detalles tales como tener un buen equipo de sonido, de esos que no suenan pitidos cuando encendemos el micrófono o que parezca que damos de malletazos cada que alguien le pegue al mismo, dizque para probarlo. El organizador debe dar, ante todo, una breve pero sincera bienvenida a los asistentes, exaltando los valores de la Francmasonería. Trate, en la medida de lo posible, de adornar de manera simbólica el salón: quizás poner dos columnas a la entrada, o flores como “no me olvides” en los ornamentos de mesa… dele vuelo a su inventiva.

10.- Por último, no pierda de vista el sentido real de la celebración. Más allá del convivio, el banquete y los pormenores terrenales, se trata de una fiesta ancestral y profundamente significativa y que debe ser inspiración para todos los masones de seguir instruyéndonos y seguir creciendo como ciudadanos del mundo.

viernes, 17 de junio de 2011

La Masonería en tiempos del clembuterol

Alguna vez mencioné que los masones solemos ser "peritos de todo y remendadores de nada". Idea que aún sostengo; en especial cada vez que me encuentro a un Queridísimo -o poco estimado, que también los hay, pese a quien le pese-- Hermano Masón y de forma amena y despreocupada me pongo a charlar con él. Curiosamente, siempre el susodicho Hermano sabe de todo. Y cuando digo de todo, me refiero, en efecto, a TODO. Desde los más enrevesados y nebulosos temas esotéricos hasta la receta para hacer un pastel de fresas... desde la política exterior de Rwanda hasta la Teoria de Cuerdas... y siempre acaban estos Hermanos por dejarme la boca cuadrada, solucionando de ésta forma el antediluviano problema de la Cuadratura del Círculo.

Y es que, por regla general, el Masón es estudioso, o bien, presume serlo. Lo que ni en uno ni en otro caso signifique que tenga un Doctorado summa cum laude en todas las artes y las ciencias habidas y por haber. Pero todo parece indicar que así es. Esto tampoco es algo exclusivo de la Francmasonería, pues hasta en las familias más granadas e insignes nunca faltan tres especímenes: el tío borracho, la prima de cascos ligeros y el sabelotodo, que suele epatar (léase "apantallar") con su locuaz y meliflua voz a una concurrencia que festeja sus agudezas, aunque las haya pirateado de wikipedia...

Todo esto viene al caso porque, sabido es, que en fechas recientes la agenda nacional mexicana háse detenido en un tema de gran importancia: el descubrimiento de una extravagante y caliginosa sustancia llamada clembuterol en cinco jugadores de fútbol, seleccionados nacionales que se encontraban compitiendo en ese pináculo del soccer internacional llamado "Copa de Oro". Inmediatamente, el término (a todas luces oriundo de la farmacéutica) pasó a formar parte del vocabulario básico de México y tema de corrillos en cafés, bares y reuniones familiares... y por supuesto, las sesiones de Pasos Perdidos de toda logia masónica en tierras aztecas.

De forma natural, el clembuterol fue apropiado por masones de toda índole: desde ilustres Hermanos químico-fármaco-biólogos hasta taxistas; desde contadores públicos hasta arquitectos; desde profesores de educación primaria hasta comerciantes de tapetes... es posible que a estas alturas no haya un masón en territorio nacional que no haya pronunciado, siquiera por casualidad, la palabra "clembuterol". Y, ¿porqué no? es mejor que hablar de balaceras en cualquier lado, las madrizas de los hermanos de Jenny Rivera o la captura-liberación-captura-liberación de Jorge Hank Rhon... felizmente, el tema del clembuterol, como cita Jairo Calixto Albarrán, viene siendo parte de nuestro propio folklore y de la mexicana alegría.

En lo particular, no tengo intención de hacer una apología del clembuterol. No soy químico, ni farmacéutico y no tengo la menor idea de qué hace la multialudida susutancia ni en los animales ni en los humanos. Francamente, me tiene sin cuidado si los jugadores de la Selección Nacional lo consumen en cantidades industriales o si solo fue un accidente cachirulesco. Y es probable que no sea el único francmasón que piense así. Me imagino que más de un Hermano prefiere saber de cosas más interesantes que están ocurriendo en el mundo que sobre este tema. Y también creo que la formación de los masones debe tratar temas de mayor envergadura y de importancia mayoritariamente dirigida al Yo Interior de cada uno de nosotros... ya después de eso, podríamos dedicarnos a arreglar el mundo bajo los efectos de una sabrosa taza de café, menos nociva e indetectable que el celebérrimo clembuterol.

He dicho.