martes, 15 de junio de 2010

DISCULPA...

HOY HAY FÚTBOL... MAÑANA TAMBIÉN...

ASÍ QUE ME DISCULPARÁN USTEDES QUE NO ESCRIBA NADA
GRACIAS.

lunes, 7 de junio de 2010

MÉXICO, 1910

De todos es sabido, quienes estudiamos historia patria desde la escuela primaria y quienes no, gracias a la todopoderosa influencia mediática de los mass media, que 1910 fue un año extraordinariamente importante en la historia de nuestro país. En ese emblemático año –hace ya un siglo, o una centuria, si se prefiere--, estalló la primera revolución socialista del siglo XX que habría de inspirar, de acuerdo a los orgullosos cronistas mexicanos, a las posteriores revueltas sociales y, fundamentalmente, la Revolución Rusa de 1917, o la Cubana de 1956.

En dichos aciagos primeros años del siglo XX, México era gobernado por una especie de gerontocracia aristocrática, que a la postre pasaría a la historia como una Dictadura… pero ya sabemos lo que diría años más tarde el Premier Británico Winston Churchill, “la historia la escriben los vencedores”. Luego entonces, no sería raro, extraño, extravagante ni excepcional, que los Gobiernos Nacionalistas de 1920 y siguientes, calificasen al periodo conocido como “el Porfiriato” como una de las peores y más atroces dictaduras que habría sufrido México en su historia.

En realidad, dentro de nuestro actual contexto, podríamos calificar, efectivamente, a dicho periodo como una Dictadura… de la misma forma que podremos calificar a los gobiernos de Antonio López de Santa Anna, Guadalupe Victoria, Benito Juárez (aunque esto les duela hasta el alma a los masones, pero ni modo) y todos y cada uno de los gobernantes mexicanos desde que la tierra del Anáhuac osó independizarse dela Madre Patria… ¿Porqué? Bueno, en realidad, una Dictadura es una forma de gobierno "en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo (dictador), generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto, que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la inexistencia de consentimiento alguno por parte de los gobernados y la imposibilidad de que a través de un procedimiento institucionalizado la oposición llegue al poder". Con ciertas diferencias en esta definición, todos, o casi todos los Presidentes de México antes y después de Porfirio Díaz, fueron dictaduras, si bien muchas de ellas disfrazadas de democracias…

El General Porfirio Díaz Mori, oriundo de Oaxaca, nacido unos cuantos años después de la independencia plena de México (1830) y quien combatió patrióticamente durante las más importantes guerras intervencionistas e internas al lado siempre de la razón, de la patria y de la libertad había llegado al poder en 1876. En 1871 encabezó una infructuosa rebelión para impedir que Benito Juárez se reeligiese como Presidente (Revolución de La Noria), y más tarde se opuso a que el sucesor de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, se volviese a ocupar la Silla Presidencial (1876, Revolución de Tuxtepec), enfurecido e indignado de que los militares que habían dado su vida por México, no les tocase parte del pastel, porque “pus si, no, ¿pa’ qué peliamos?”, diría a su amigo y compadre, Manuel González. Ésta vez, Díaz movió bien sus piezas y logró que Lerdo saliera de pelada hacia Nueva York donde, a la postre murió, no sin antes, cual decimonónico Nostradamus, lanzase una profecía terrible: “Auguro para México la más cruel de las Revoluciones”. No se equivocó, como tampoco se equivocaría cuando se opuso a que el Ferrocarril Mexicano (en ciernes) llegase a Estados Unidos, pues decía “entre México y Estados Unidos lo único que debe mediar es el desierto”…

Con excepción de cuatro años en que gobernó Manuel González (1880 a 1884), Porfirio Díaz se mantuvo en el poder presidencial casi ininterrumpidamente entre 1876 y 1911. Durante este periodo, gracias a las 12 riendas, logró estabilizar al país, alejándolo de la larga tradición de asonadas, levantamientos militares y golpes de estado que habrían de caracterizarlo durante todo el siglo XIX. Además, creó una suerte de Industria Nacional, con apoyo de empresarios predominantemente europeos (especialmente franceses, ingleses y alemanes), por encima de los estadounidenses. Logró la construcción de 19,000 kilómetros de vías ferreas, mejoró las finanzas, enfocó los puestos de la administración pública hacia civiles, haciendo a un lado a los militares (que se habían repartido el pastel desde tiempos de Agustín de Iturbide), mejoró las relaciones con la Iglesia Católica, aunque sostuvo la Constitución de 1857, creó la Escuela Naval Militar, intensificó el tránsito marítimo en el Golfo de México, impulsó la cultura y las bellas artes, en especial la literatura, la música y la llegada del nuevo artilugio cinematográfico (además de que se convirtió en el primer protagonista de los filmes nacionales), creó a la Universidad Nacional Autónoma de México, mejoró las relaciones exteriores con multitud de países, logrando que se viera a México con admiración y respeto, y se incrementaron las exportaciones de México. En fin y citando a mi abuela: “En época de Porfirio Díaz a los perros los ataban con longaniza”, pues no había hambre.

Sólo dos tópicos desatendió Porfirio Díaz:

El primero, descuidó a los más necesitados. En su afán por construir un país de “Primer Mundo”, completamente europeizado (y más acertadamente, “afrancesado”), Porfirio Díaz y su séquito de los “Científicos”, capitaneados por el Ministro de Hacienda, José Yves Limantour, descuidaron a los numerosísimos pobres, a las masas paupérrimas que constituían el grueso de la población. Si bien no había hambre, si existía una gran carencia de los servicios más básicos y una cada vez más acentuada desigualdad social y sobre todo étnica. Los pobres, la “indiada”, como se le decía xenofóbicamente por “los de Arriba” no podían ingresar al Country Club, el Jockey Club, Sanborn’s y demás clubes exclusivos para los poderosos hacendados y empresarios, cuyos apellidos aún suenan –curiosamente, ¿no creen? En la actualidad: Creel, Escandón, Terrazas, Landa, León de la Barra, López-Portillo, Corral, Pimentel y Fagoaga, Rabasa, Carrillo y Tablas, Rincón-Gallardo, Reyes Espíndola, Azcárraga, Madero, Sánchez-Navarro, y varios etcéteras… la desigualdad, la voracidad empresarial que abusaba de los obreros y campesinos, haciéndose el Gobierno de la “vista gorda”, tuvieron varios detonantes: Cananea en 1906, Río Blanco en 1907, que llegarían a la explosión de la Revolución Mexicana de 1910.

El segundo sería no el tiempo que había gobernado Díaz y su camarilla durante treinta años, sino más bien, que no habían permitido a una generación completa que gobernase. El rico hacendado coahuilense, espiritista y medio lunático Francisco I. Madero escribiría en 1909 su libro “La Sucesión Presidencial en 1910” augurando una revuelta si Díaz, octogenario para ese año, se perpetuaba en la Silla Presidencial. En realidad Madero no pretendía llevar a cabo un cambio social –pues su familia se había beneficiado del régimen porfirista, así como muchos de sus benefactores de campaña--, sino un cambio político en lo generacional. Madero, nacido en 1873 pretendió siempre relevar a Porfirio Díaz, por una especie de “destino manifiesto” que le había sido revelado en una de sus sesiones espiritistas, nada menos que en voz de Benito Juárez.

Álvaro Obregón, hacendado clasemediero que respaldaba a Díaz (en lenguaje de la época “no se metió” a la revolución maderista), años después diría que “el único pecado de Porfirio Díaz fue envejecer”. En realidad así era, pero no sólo de Díaz, sino de quienes co-gobernaban con él, cuya edad media estribaba en los 70 años. Los más jóvenes tenían 60 y los más viejos, 85. ¡Toda una gerontocracia!!

Así, el “Iluminado” Madero comenzó a agitar a su estado. De entrada, obtendría apoyo de los Estados Unidos en armas y dinero, pues los “gringos” no veían con buenos ojos que México se europeizara y que además, creciera su economía, amenazando la suya propia, no es que fueran muy democráticos, ni buenos, ni querían la emancipación del proletariado mexicano. Madero también, con su labia llegó a convencer a un senador coahuilense, medio veleidoso y mucho más veleta –que se iba con el viento que mejor le soplara--, egocéntrico que le fascinaba tomarse fotografías y lucir su espesa barba y sus espejuelos azules: Venustiano Carranza. También logró convencer a un iletrado aunque bienintencionado excapataz de hacienda: Emiliano Zapata y levantar (amnistía de por medio) a varios bandoleros y mercenarios que la policía porfirista no pudo apaciguar, entre ellos Pascual Orozco y Doroteo Arango (a) “Pancho Villa”. De igual manera, Madero llegó a contar con el apoyo de varios hacendados y empresarios jóvenes como él, pertenecientes a las nuevas generaciones “afrancesadas” y que vendrían a sustituir a sus padres y abuelos al frente de las empresas: con ideas más novedosas, pero igual de dictatoriales.

En las elecciones presidenciales de mayo de 1910, Madero perdía frente a Díaz. Cual moderno “Peje”, el llamado Místico de la Libertad por Enrique Krauze, desconoció los resultados e hizo un llamado a la sublevación general del país. La fecha: 20 de noviembre de 1910. Emblemática, porque fue el 20 de noviembre de 1876 cuando Díaz lanzó su Plan de Tuxtepec para derrocar a Sebastián Lerdo de Tejada. De paso, gracias a que por aquellos tiempos no había Ley Federal de Derechos de Autor, Madero le birló a Díaz su frase “Sufragio Efectivo No Reelección”, que también había sido el eslogan de la revuelta tuxtepecana y que heredarían los gobiernos priístas entre 1946 y 2000. Nada más que a Madero no le salían las cosas como él hubiera preferido y su guerra estalló 2 días antes gracias a que alguien le dio el pitazo al gobernador de Puebla de que la casa de los clasemedieros y medio mochos Serdán Alatriste guardaban armas y allí se iniciaría la revuelta en el Estado, mandó a la policía (30 efectivos) y mató a Aquiles, Maximino y otros seguidores. La única que se salvó fue Carmen. Prácticamente, ese fue el primer hecho de armas de la Revolución Mexicana.

A la postre, en un arranque de patriotismo excesivo y a fin de evitar que se derramase sangre mexicana por causa suya, Porfirio Díaz presentó su dimisión como Presidente de la República en mayo de 1911. Durante 6 meses le hicieron creer que la rebelión maderista eran motines de poca monta y que estaba controlada en su mayoría. El 31 de mayo, en medio de vítores y aclamaciones de cariño y respeto, abordó en Veracruz el vapor “Ypiranga” con rumbo a Europa, dejando al Canciller Francisco León de la Barra al frente de la presidencia, que le entrega al “Iluminado” Madero en noviembre de ese mismo año.

Pero como diría la Nana Goya “esa… es otra historia”


martes, 1 de junio de 2010

DISCULPE USTED… ¿TODOS LOS MASONES SON PRIÍSTAS?


Hace algunos días me encontré con un muy querido amigo, profano él quien no obstante tiene conocimiento de mi militancia masónica y que además, es priísta de esos de osamenta carmesí, y sin mayores miramientos ni consideraciones a que quien esto escribe andaba cargando dos bolsas plásticas de conocida tienda de autoservicio de apellido libanés, soltóme a boca de jarro “Oye, ¿es cierto que todos los masones son priístas?”

“¡Chispas!” –pensé yo—“¿y ahora qué puedo responder?” Por supuesto que en milésimas de segundo atravesó por mi mente la tangencial evasiva institucional que dictamina que los masones son libres de pertenecer al partido que les venga en gana, afiliarse, simpatizar, votar por él o simplemente declararse apartidistas, y así tuve a bien comunicárselo bajo ciertos términos del argot masónico, pero comprensible entre los profanos.

“No, no” –insistióme- “es que Fulano, Mengano y Perengano (obviamente los nombres han sido cambiados para proteger su identidad) me dijeron que pertenecen a la Logia “X” y que todos están con el candidato…”

Vaya, pues ya no supe qué responder. Por supuesto que le aclaré que Fulano, Mengano y Perengano son enteramente libres de expresar sus simpatías hacia el candidato que mejor les plazca y que el resto de los miembros de la Logia “X” también pueden hacerlo, lo que no quiere decir que la Logia, como asociación de hombres libres y de buenas costumbres, pueda hacerlo institucionalmente, como grupo establecido y asociación reconocida. Con un signo de interrogación en su faz y yo, con una inquietud trepidante, me despedí amablemente y me encaminé a mi domicilio a fin de descansar mis ya fatigadas extremidades superiores del esfuerzo generado por los fardos mencionados, no sin que antes mi amigo me dijese: -“Bueno, tú que eres Diputado de los masones (ya tiene más de un año que dejé de ser Diputado del Distrito NO de los masones, pero tampoco ando pegando carteles para anunciarlo), diles que va a venir el candidato y que están invitados a una cena… ahí te paso la invitación”.

Llegué a mi casa laxo por el esfuerzo, arrepentido por no sacar a mi amigo de su error al considerarme aún ‘Diputado de los masones’ y con una profundísima preocupación agitándose en mi cabeza acerca de la pregunta inicial que me ha llevado a escribir éstas líneas… en verdad, ¿todos los masones son priístas?

Por supuesto que la misma pregunta es necia en su origen: para empezar, es verdad de Perogrullo y hasta el más profano de los mortales con tantita noción de la Orden sabe que en las sesiones masónicas se encuentran prohibidas las discusiones de carácter político y más aún, partidista; además que hay que tomar en cuenta la institucionalidad de la Masonería y que la misma, per se, no puede ni debe pronunciarse a favor de candidato ni de partido alguno, ni entre sus miembros y mucho menos de dientes para afuera, bajo correr el riesgo de ser etiquetada (la Institución, claro) con un color y una ideología determinados, lo cual la condenaría al más absoluto de los descréditos… ya de por sí, como dijera Cuauhtémoc (el emperador azteca, no el delantero de la selección nacional), “no estamos en un lecho de rosas”, con declaraciones o afirmaciones de tal magnitud se vendría abajo el buen nombre de la Orden y sus principios de tolerancia, respeto y pluralidad de pensamiento… ¡Horror!

No obstante, quien lo dijo desconoce las anteriores aseveraciones, amén de que él, como muchos otros mexicanos, posee el concepto de que toda institución es corporativista y servil con quien ostenta el poder. Por supuesto que mi amigo preguntó con la mejor de las intenciones para poder invitarme a mí y que de una manera anticuada y descarada, llevase a mis “acarreados” al evento del candidato, toda vez que consideró que el cargo que ostenté entre 2007 y 2009 posee los mismos atributos, características y prebendas que el de cualquier líder “charro” dispuesto a hacer las debidas y esperadas genuflexiones, zalemas, carantoñas, lisonjas y lagoterías que ordena la tradición política en el mexicanísimo modelo de comunicación entre adulador y adulado que les faltó estudiar a Harold Lasswell, Wilbur Schramm, Jurgen Habermas y demás teóricos de la comunicación.

A pesar de lo anteriormente expuesto y con la certeza de que infinidad de Hermanos Masones que lean esta entrada bloguera no se preocuparán en lo mínimo, tirándome a evangelista antioquiano (o sea, a Lucas); a pesar de todo lo que se pueda pensar, si un profano cree que los Masones, Todos los Masones, pertenecen a este o a cualquier otro partido político, quiere significar que más de un profano lo considera así. Y esto no deja de ser grave, pues existe una percepción que puede generalizarse al respecto de las lealtades de la Masonería a nivel político. De por sí, la historia decimonónica de México en sus primeros pasos como país independiente encuéntrase pletórica de ejemplos de masones versus masones que luchaban por el poder político… y no falta el mito ampliamente sabido, aunque en más de una ocasión desmentido, de que TODOS los presidentes de México han sido miembros de la Orden de la Escuadra y el Compás… y más los pertenecientes a la otrora “Aplanadora” Priísta. Quizás de allí venga la no totalmente falsa, pero sí asaz inexacta idea de que masón es igual a priísta, lo que tampoco es un halago, caramba, y menos en estos tiempos en que el descrédito de los partidos políticos es generalizado y nadie se salva.

Acaso pensará alguien, “pues que se saque un desplegado pagado en los periódicos cada vez que haya elecciones, en que los masones nieguen su pertenencia como institución a X o Y partido político y ya”. Pues sí, sería buena idea de no ser por tres razones que a continuación cito: 1) Quienes leen periódicos en México –y son muy pocos, por cierto—les da verdadera molicie ponerse a leer un kilométrico mamotreto de una plana completa o de media plana (que los masones tampoco somos buenos en ahorrar palabras) que se puede resumir en decir “Los Masones no apoyamos a ningún partido político, quien diga lo contrario no es masón” // 2) En política, como en comunicación, quien niega algo es porque implícitamente lo está aceptando y por eso lo niega… es como si Barack Obama saliera en cámara a decir que no existe la célebre “Área 51”: inmediatamente todos los maliciosos conspiracionistas asegurarían a los cuatro vientos que la dichosa Área 51 SÍ existe, y póngase usted a discutir con los teóricos de la conspiración... // 3) la actitud de muchas autoridades masónicas (y Hermanos Masones de a pie) de salir en la foto en los actos cívicos –generalmente organizados por gobiernos priístas, aunque también por otros de izquierda y también de derecha—y proferir loas y alabanzas a los Gobiernos Nacionalistas y a la par, lanzar sapos y culebras a las oscuras y retrógradas administraciones de la derecha ultramontana, yunquista y confesional. Por supuesto, actos cívicos el setenta por ciento de las ocasiones bajo la égida y advocación de Benito Juárez, héroe por antonomasia de los Masones mexicanos. Quizás si las autoridades de la Masonería consintieran en buscar emparejar la armonía del Cosmos y rendir también si no avenencia, por lo menos justo homenaje de respeto a figuras como Porfirio Díaz o Agustín de Iturbide, quienes también fueron masones (Fraters dixit), la opinión pública cambiaría su sentir hacia la institución, pero conozco a los masones y primero se dejan sacar los ojos antes de siquiera pensar en dedicarle una poesía a don Agustín o a don Porfirio.

Y es que, pese a quienes nos pese, los masones hemos permitido que lo peorcito del llamado “Mundo Profano” penetre en nuestra Orden, a veces, hasta la médula de los huesos, en lugar de ser a la inversa. Hemos dejado que los politicastros se introduzcan entre las filas de la Francmasonería, que quienes no entienden ni pretenden entender que la política es el arte de aullar a coro y morder en jauría sean los que utilicen los más nefastos métodos para seguir arrimando el ascua a su sardina y lleven a cabo sus ensayos políticos dentro de una institución que debiera ser oasis y remanso de fraternidad, y no un nido de alimañas, tepocatas y víboras prietas, como dijera el ex presidente del supuesto cambio que hoy gozamos felizmente(?). Hemos consentido todo ello por pereza, ignorancia o por conveniencia, la peor de todas. Porque por convenir a ciertos oscuros y nada halagüeños intereses mezquinos de unos cuantos, se ha llegado al punto de incluso tolerar las más aciagas e infaustas prácticas de la política mexicana, al grado de que el vulgo, es decir, el común de los mortales “profanos” no distinguen la diferencia entre masón y priísta. En el mejor de los casos, nos hemos dejado conducir con candidez y credulidad, pensando que tener a un político dentro de nuestras filas nos llenará de prebendas, sinecuras, rentas, provechos y canonjías, cuando la realidad es terminantemente opuesta.

Y es que el ser priísta no es malo. Tampoco el ser panista, perredista, petista, verde, aliancista o convergente… lo malo, perverso, monstruoso, atroz y retorcido es el permitir que la bola de nieve siga creciendo hasta convertirse en un alud que se lleve de corbata a todos: tirios y troyanos por igual; porque además la gente no distingue entre escocés, yorkino, nacionalmexicanista, escocés rectificado, francés, egipcio o sueco, pues para la opinión pública todos los masones están cortados con la misma tijera.

Los masones hemos dejado que el oportunismo de una minoría se imponga a la necesidad de la mayoría; hemos optado por la concertación antes que el enfrentamiento, por la sumisión antes que la rebelión, por la comodidad antes que la oposición, por callar nuestra voz antes que salir a las calles a anunciar lo evidente, lo innegable: que el país está mal encaminado, mal administrado, mal gobernado, nadando entre la corrupción, el oportunismo, el silencio de los débiles y la complacencia de los poderosos. Si un masón o todos los masones mexicanos pertenecen al Partidazo de los rojos, es irrelevante; lo grave es permitir que la sociedad, esa sociedad que requiere de actores creíbles a quienes les deposite su maltrecha confianza, tenga la certeza de que la Masonería se pliega sumisamente ante un solo partido y olvide a la ciudadanía y sus necesidades y requerimientos más urgentes. Quizás sea porque hemos perdido la fe, la esperanza y las ganas de dar pelea y nos contentemos con las migas de la plática de café y las vilipendias entre nosotros mismos. Cuidado, que poco falta para que en el seno mismo de la Orden se aplique la máxima romana “Corruptio optimi pessima”… “la corrupción de los mejores es la peor”.