"Ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes” nos dice la sabiduría popular en voz de nuestras abuelas, madres, tías y/o hermanas, cuando se refieren a la famosa conseja que aconseja no hacer nada el día que cae en martes, y si la casualidad y los caprichosos hados del destino quisieron que dicha jornada cayese en un día con el número 13, tanto peor la cosa, pues estamos sujetos, horóscopo en mano, a que nos ocurran las más terribles desgracias que pueden poblar la mente humana. Fobia al mencionado dígito que en lenguaje científico se conoce como Triskaidecafobia, y que ha sido azuzada por las películas de Jason Voorhees ("Viernes 13", que por cierto, son 14) llegando en épocas recientes a darle la puntilla a los seres humanos que sufren de la irracional Friggaatriscaidecafobia, derivación de la anterior que se refiere al terror al viernes 13. Serie de películas, huelga decir, que lo único que han logrado es que veamos con temor y suspicacia a los jugadores de hockey sobre hielo y corramos de pánico cuando vemos una sierra eléctrica.
Y es que el Hombre, en tanto ente social que habita éste planeta, se aterra y atemoriza con todo aquello que se le ocurre en su desbordada imaginación, desde el miedo a inofensivos insectos a inclusive amenazas de guerra nuclear. Miedos racionales o irracionales, que en ésta feria de fobias los números no quedan sujetos al ostracismo: y el 13, pobrecillo, es el rey y soberano de las fobias hacia los números, compitiendo y co-gobernando con el fatídico 666, el número de la Bestia y cuya patológica repulsión posee la enrevesada nomenclatura de Hexakosioihexekontahexafobia (o de manera más abreviada, triplehexafobia, para quienes les de pereza o se les enrede la lengua con el helénico término).
Desde que a los babilonios se les ocurrió suponer que el uno agregado rompía la unidad de la perfección del 12, el planeta anda patas arriba con el mentado numerito. Cuestión que heredaron a los hebreos (no judíos) durante el llamado Cautiverio de Babilonia y que se llevaron tras su liberación, adaptándolo a su cosmovisión muy particular. Y como no hay dos sin tres, pues también los griegos anduvieron por ahí despotricando contra el 13, asociándolo a la muerte de Filipo de Macedonia, que se trabó una maldición (en una época que se agarraban maldiciones como hoy en día resfriados) al hecho de haber colocado su estatua, la decimotercera, entre otras 12 dedicadas a los celosos y vengativos dioses del Olimpo… y para no ser los menos, los escandinavos se llevaron agua para su molino pretendiendo dejar seco el del vecino y atribuyeron la maldición del 13 a la llegada del dios del mal, Loki, como maligna y perversa entidad que ponía de cabeza a los 12 Asen, los dioses escandinavos.
Claro está que no en todas partes se veía al 13 como algo perverso o de dar miedo: los antiguos egipcios consideraban que la 13ª fase del ciclo de la vida era la muerte, esto es, la vida después de la muerte, aunque pensaban que era una vida ideal mejor. Y los aztecas, nuestros gloriosos antepasados mexicanos, emplearon al 13 como unidad fundamental de los ciclos temporales, en el mismo sentido que usualmente se le otorga al 7.
En la época aparentemente más oscurantista del mundo, la Época Medieval, la tradición cristiana habría de retomar el fatídico número y colocarlo en la picota de la religión y de paso, volver en triskaidecafóbicos a todos los europeos y uno que otro asiático despistado, convenciéndolos de que el número 13 era un número maldito desde siempre. Claro está que no iban a sacar a relucir los paganos argumentos babilónicos, hebreos, griegos ni germánicos. No hacía falta: bastaba decir que hubo 13 comensales en la Última Cena y al día siguiente, uno de ellos murió en la Cruz; o bien, que el Apocalipsis de San Juan tiene 13 capítulos y ya podemos imaginar el miedo que se metía nada más de mencionar la palabra “apocalipsis” y su evocación a siniestras, irregulares, demoniacas y marihuanescas imágenes a cual más fantasiosas. En fin, que en el dichoso Medievo el 13 fue casi el rey del universo. Los hermetistas de paso, al crear la baraja del Tarot colocaron en el Arcano XIII a la Muerte, carta que, por cierto, no se titula, a diferencia del resto.
Y en ese orden de ideas, a Su Majestad Felipe el Hermoso de Francia, en contubernio con el papa Clemente V, ordenó la aprehensión de los Caballeros Templarios el día martes 13 de octubre de 1307, que hoy celebramos los masones con iracundo entusiasmo –una razón más para lanzar sapos y culebras a la Santa Madre Iglesia, pero no a la monarquía de Francia, que también tuvo cola que le pisen--. El buen rey Felipe, de paso, instauró la Trezidavomartiofobia, o terror al día martes 13 y es padre y fundador de las Teorías Conspiranoicas tan de moda hoy, como ayer.
La voz popular puso en labios de Jacques De Molay, último Gran Maestre de los Templarios, durante su agonía en la hoguera, la maldición que habría de lanzar a sus verdugos –Felipe y Clemente—el 18 de marzo (no el 13) de 1314: «Malditos, seréis todos malditos, hasta la decimotercera generación», lo cual es una falacia monumental, pues según Geoffroy de París, cronista de la época –y testigo del suceso- lo que dijo fue: "Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir", discurso bastante telenovelesco para alguien que estaba sintiendo un sufrimiento indescriptible. En realidad, en lo personal e inclino a creer que De Molay lo que hizo fue aullar de dolor y de furia y no perder tiempo en lanzar improperios a hora tan inoportuna. Pero en fin, la maldición popularizada desde que los Templarios volvieron a ser históricamente vigentes, ha logrado vender multitud de libros, revistas y películas, lo que desde luego, no le imprime validez real. No obstante, ciertamente se cumplió la última parte de sus palabras, pues las siguientes generaciones de la monarquía francesa habrían de morir en circunstancias extrañas: “(…) todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir”. Pero en todo caso, esto no ha de verse como un suceso extraordinario en la mezcla mágica de palabras proféticas, conjuros misteriosos, hechizos oscuros ni la mano de la Divina Providencia –o de Beelzebub o Baphomet-, sino más bien como el feliz resultado de una exitosa infiltración templaria en las cortes francesas, veneno, puñal o espada en mano, todo ello para que el vulgo supersticioso se quedara con la impresión de que la magia era posible y que los Pobres Caballeros de Cristo y del Santo Sepulcro de Jerusalén tenían en realidad pactos con el Maligno Lucifer, sentado sobre su dorado trono del número 13…
La Triskaidecafobia es un mito sin validez aparente, lógica ni científica, que ha llegado hasta nuestros días en situaciones más que históricas, sí cotidianas: por ejemplo, la omisión del piso 13 en algunos edificios públicos y hoteles, que se saltan del 12 al 14 en la numeración de las plantas y de los tableros de los elevadores; filas de los aviones en las aerolíneas Iberia y Alitalia que hacen lo mismo; la negación de deportistas a portar en sus camisetas el número 13 y hasta figuras históricas como Adolf Hitler, que padecía triscaidecafobia (por ello el avión caza nazi que sucedió al He-112 se llamó He-100). La fobia al número 13 ha sido padecida en sectores tan divergentes y variopintos como el deportivo, el musical, el militar y hasta la famosa misión espacial Apolo XIII (que despegó a las 13:13 horas del complejo 39, o sea 3 veces 13) tiene su historial trágico que, por supuesto, se le atribuye al numerito. Tampoco faltará el primo de un amigo al que le cayó un piano en la cabeza a las 13 horas de un viernes –o martes- 13, que para leyendas, mitos, fábulas y patrañas nos pintamos solos.
Creyéndonos herederos de los templarios, los masones también hemos ayudado a fortalecer el pensamiento mágico de la triskaidecafobia y sus dos variantes: la friggaatriscaidecafobia (también llamada paraskavedekatriafobia) y la Trezidavomartiofobia. Creo que ya va siendo hora de que los Masones retomemos el pensamiento racional y científico y comencemos a esparcirlo por el mundo para que cuestiones como éstas, situaciones irracionales que carecen de sentido (Vaya, es más justificable el terror a las arañas o a los payasos que a un inofensivo dígito) comiencen a ser desterradas de la faz de nuestro planeta y comencemos a crear una conciencia basada en aspectos por lo menos más útiles.
Y además, ya casi llega el 2013 y no queremos una histeria colectiva, ¿verdad?
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