martes, 16 de noviembre de 2010

LA VACUIDAD

La Vacuidad es el vacío. Es la ausencia de todo aquello que ensombrece a nuestra mente y nos impide el progreso de nosotros mismos. Vacuidad es un estado en el que nos vaciamos momentáneamente de nuestra mente.

El Sutra del Corazón dice que “la forma es vacuidad y la vacuidad forma; la forma no difiere de la vacuidad ni la vacuidad de la forma”. El vacío no es la Nada y en él cabe la forma.

Quedar en Vacuidad es quedar con carencia de deseos, con desapego a las cosas materiales. Al usar la preposición “con” me refiero asimismo a llenarnos de nuevo, ésta vez con cosas que valen la pena, con cosas que nutren la mente, con cosas útiles para nosotros mismos y para nuestro desarrollo con los demás.

La mente debe quedar vacía de prejuicios, vacía de todo lo inútil, todo lo accesorio, todo lo material. Debemos vaciarnos del Ego. Porque una vez que la mente se vacía, queda espacio en ella para ser llenado con lo no-ilusorio, con lo real, con los bienes espirituales que nos conectan con el Uno, con la Totalidad.

Vacuidad es deshacernos de lo vano y de lo fútil. Vacuidad es estar, es ser sin ego, sin conocimientos vanos, sin prejuicios, sin malas vibraciones en el Yo; sin todo lo que nos estorbe.

La mente es la que debe vaciarse. No podemos vaciar nuestro cuerpo físico ni nuestro espíritu. El cuerpo físico no puede vaciarse. El cuerpo físico es materia; es además, el vehículo, la herramienta. Vaciar el cuerpo implicaría quedarnos sin órganos, sin huesos, sin músculos.

Tampoco podemos vaciar el espíritu. En el espíritu mora Dios. A Dios no podemos sacarlo de nosotros, nadie puede. A Dios podemos ignorarlo, hacerlo a un lado en nuestras vidas, restarle importancia, pero no expulsarlo. No podemos vaciarnos de Dios, por lo que no podemos vaciar el espíritu. Lo único que queda es llenar al espíritu de Dios, del Uno, del Todo.

Podemos cometer el inexperto error de vaciarnos de todo aquello que nos es útil y verdadero, todo lo que es real y beneficioso para nosotros; y al contrario, llenarnos de lo ilusorio, lo inútil, lo falso, lo egoísta. Mas el Caminante deberá evitar ésta trampa y saber hacer uso de la facultad del Discernimiento y distinguir dichas facetas.

Le restamos importancia a los espacios vacíos porque nos parecen inútiles. Creemos que los espacios vacíos son inservibles, pero en realidad es al contrario: el espacio vacío es la parte más importante, porque es susceptible de ocuparse.

Una casa la definimos como paredes, techo y piso, con puertas y ventanas. El espacio vacío que se encuentra entre las paredes es importante, porque es el espacio que ocupamos para habitar. Nadie vive en medio de una pared. El espacio vacío es lo verdaderamente importante.

El espacio vacío de un vaso es importante, porque es el lugar que ocupa un líquido. Las paredes y el fondo del vaso sólo albergan un vacío, un espacio que espera ser ocupado. No bebemos el vaso, bebemos el líquido cualquiera que este sea que alberga el vaso. Así es la mente.

Nos debe de preocupar que el vaso no tenga fisuras, no tenga cuarteaduras ni esté roto, porque entonces sí sería inservible: el líquido se filtraría por doquier. Nos debe de preocupar que las paredes de nuestra casa estén en buen estado, porque si no, la casa se nos caería encima con la menor vibración. De la misma manera, hemos de preocuparnos por preservar nuestro cuerpo físico, porque es el recipiente que alberga a nuestra mente. Y la mente se manifiesta por medio del cuerpo: es su vehículo, su herramienta.

Quedar en vacuidad es la oportunidad que tenemos para volvernos a llenar. Deshacernos de lo viejo e ingresar lo nuevo es también parte de la Masonería. Por ello, en la Orden Masónica existe un sistema de grados.

No podríamos ser eternamente Aprendices. Es necesario trascender en el Camino. Podemos ser Aprendices un tiempo; podemos ser Compañeros otro tiempo y Maestros en otro tiempo. No podemos ostentar un mismo grado para siempre, porque lo que alguna vez fue novedad, quizás hoy resulte anacrónico. Hay que vaciarnos, reducir el espacio para lo nuevo; abrir la mente al cambio, a la transformación, a la rebeldía.

Los grados masónicos, como las experiencias en nuestras diferentes edades, no se van guardando en la mente; se van guardando en el espíritu, que es quien trasciende al Uno. Las enseñanzas de los grados masónicos quedan en nuestro espíritu, en el Ser. El Ser no puede vaciarse, pero la mente sí puede vaciarse.

Cuando adquirimos ropa nueva, a veces la solución para guardarla es comprar un ropero nuevo. Lo más conveniente es deshacernos de la ropa vieja para poder llenarlo de nuevo. Lo viejo debe dar paso a lo nuevo. Debemos deshacernos de todo lo viejo, todo lo inútil, todo lo inservible para poder utilizar lo nuevo, lo útil, lo que sirve. Quien colecciona antigüedades, también colecciona sufrimientos, también colecciona energías muertas, tristezas y amarguras. Podemos comprar un ropero nuevo, pero no podemos comprar una mente nueva.

La Vacuidad es cíclica. No podemos estar vacíos de la mente todo el tiempo. Pero es conveniente vaciar la mente cuando ésta se nos llena de basura.

La Vacuidad es momentánea. Debe de ser un instante intermedio entre el despojo de lo vano, de lo ilusorio, de lo fútil, de lo inútil e inservible y el instante en que nos colmamos de lo real, lo útil, lo verdadero, lo que nos lleva a nuestro desarrollo.

Ese momento, el momento de la Vacuidad, es un instante de paz, de tranquilidad, de quietud. Es un momento con nosotros mismos y con el Uno.

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