lunes, 7 de junio de 2010

MÉXICO, 1910

De todos es sabido, quienes estudiamos historia patria desde la escuela primaria y quienes no, gracias a la todopoderosa influencia mediática de los mass media, que 1910 fue un año extraordinariamente importante en la historia de nuestro país. En ese emblemático año –hace ya un siglo, o una centuria, si se prefiere--, estalló la primera revolución socialista del siglo XX que habría de inspirar, de acuerdo a los orgullosos cronistas mexicanos, a las posteriores revueltas sociales y, fundamentalmente, la Revolución Rusa de 1917, o la Cubana de 1956.

En dichos aciagos primeros años del siglo XX, México era gobernado por una especie de gerontocracia aristocrática, que a la postre pasaría a la historia como una Dictadura… pero ya sabemos lo que diría años más tarde el Premier Británico Winston Churchill, “la historia la escriben los vencedores”. Luego entonces, no sería raro, extraño, extravagante ni excepcional, que los Gobiernos Nacionalistas de 1920 y siguientes, calificasen al periodo conocido como “el Porfiriato” como una de las peores y más atroces dictaduras que habría sufrido México en su historia.

En realidad, dentro de nuestro actual contexto, podríamos calificar, efectivamente, a dicho periodo como una Dictadura… de la misma forma que podremos calificar a los gobiernos de Antonio López de Santa Anna, Guadalupe Victoria, Benito Juárez (aunque esto les duela hasta el alma a los masones, pero ni modo) y todos y cada uno de los gobernantes mexicanos desde que la tierra del Anáhuac osó independizarse dela Madre Patria… ¿Porqué? Bueno, en realidad, una Dictadura es una forma de gobierno "en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo (dictador), generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto, que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la inexistencia de consentimiento alguno por parte de los gobernados y la imposibilidad de que a través de un procedimiento institucionalizado la oposición llegue al poder". Con ciertas diferencias en esta definición, todos, o casi todos los Presidentes de México antes y después de Porfirio Díaz, fueron dictaduras, si bien muchas de ellas disfrazadas de democracias…

El General Porfirio Díaz Mori, oriundo de Oaxaca, nacido unos cuantos años después de la independencia plena de México (1830) y quien combatió patrióticamente durante las más importantes guerras intervencionistas e internas al lado siempre de la razón, de la patria y de la libertad había llegado al poder en 1876. En 1871 encabezó una infructuosa rebelión para impedir que Benito Juárez se reeligiese como Presidente (Revolución de La Noria), y más tarde se opuso a que el sucesor de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, se volviese a ocupar la Silla Presidencial (1876, Revolución de Tuxtepec), enfurecido e indignado de que los militares que habían dado su vida por México, no les tocase parte del pastel, porque “pus si, no, ¿pa’ qué peliamos?”, diría a su amigo y compadre, Manuel González. Ésta vez, Díaz movió bien sus piezas y logró que Lerdo saliera de pelada hacia Nueva York donde, a la postre murió, no sin antes, cual decimonónico Nostradamus, lanzase una profecía terrible: “Auguro para México la más cruel de las Revoluciones”. No se equivocó, como tampoco se equivocaría cuando se opuso a que el Ferrocarril Mexicano (en ciernes) llegase a Estados Unidos, pues decía “entre México y Estados Unidos lo único que debe mediar es el desierto”…

Con excepción de cuatro años en que gobernó Manuel González (1880 a 1884), Porfirio Díaz se mantuvo en el poder presidencial casi ininterrumpidamente entre 1876 y 1911. Durante este periodo, gracias a las 12 riendas, logró estabilizar al país, alejándolo de la larga tradición de asonadas, levantamientos militares y golpes de estado que habrían de caracterizarlo durante todo el siglo XIX. Además, creó una suerte de Industria Nacional, con apoyo de empresarios predominantemente europeos (especialmente franceses, ingleses y alemanes), por encima de los estadounidenses. Logró la construcción de 19,000 kilómetros de vías ferreas, mejoró las finanzas, enfocó los puestos de la administración pública hacia civiles, haciendo a un lado a los militares (que se habían repartido el pastel desde tiempos de Agustín de Iturbide), mejoró las relaciones con la Iglesia Católica, aunque sostuvo la Constitución de 1857, creó la Escuela Naval Militar, intensificó el tránsito marítimo en el Golfo de México, impulsó la cultura y las bellas artes, en especial la literatura, la música y la llegada del nuevo artilugio cinematográfico (además de que se convirtió en el primer protagonista de los filmes nacionales), creó a la Universidad Nacional Autónoma de México, mejoró las relaciones exteriores con multitud de países, logrando que se viera a México con admiración y respeto, y se incrementaron las exportaciones de México. En fin y citando a mi abuela: “En época de Porfirio Díaz a los perros los ataban con longaniza”, pues no había hambre.

Sólo dos tópicos desatendió Porfirio Díaz:

El primero, descuidó a los más necesitados. En su afán por construir un país de “Primer Mundo”, completamente europeizado (y más acertadamente, “afrancesado”), Porfirio Díaz y su séquito de los “Científicos”, capitaneados por el Ministro de Hacienda, José Yves Limantour, descuidaron a los numerosísimos pobres, a las masas paupérrimas que constituían el grueso de la población. Si bien no había hambre, si existía una gran carencia de los servicios más básicos y una cada vez más acentuada desigualdad social y sobre todo étnica. Los pobres, la “indiada”, como se le decía xenofóbicamente por “los de Arriba” no podían ingresar al Country Club, el Jockey Club, Sanborn’s y demás clubes exclusivos para los poderosos hacendados y empresarios, cuyos apellidos aún suenan –curiosamente, ¿no creen? En la actualidad: Creel, Escandón, Terrazas, Landa, León de la Barra, López-Portillo, Corral, Pimentel y Fagoaga, Rabasa, Carrillo y Tablas, Rincón-Gallardo, Reyes Espíndola, Azcárraga, Madero, Sánchez-Navarro, y varios etcéteras… la desigualdad, la voracidad empresarial que abusaba de los obreros y campesinos, haciéndose el Gobierno de la “vista gorda”, tuvieron varios detonantes: Cananea en 1906, Río Blanco en 1907, que llegarían a la explosión de la Revolución Mexicana de 1910.

El segundo sería no el tiempo que había gobernado Díaz y su camarilla durante treinta años, sino más bien, que no habían permitido a una generación completa que gobernase. El rico hacendado coahuilense, espiritista y medio lunático Francisco I. Madero escribiría en 1909 su libro “La Sucesión Presidencial en 1910” augurando una revuelta si Díaz, octogenario para ese año, se perpetuaba en la Silla Presidencial. En realidad Madero no pretendía llevar a cabo un cambio social –pues su familia se había beneficiado del régimen porfirista, así como muchos de sus benefactores de campaña--, sino un cambio político en lo generacional. Madero, nacido en 1873 pretendió siempre relevar a Porfirio Díaz, por una especie de “destino manifiesto” que le había sido revelado en una de sus sesiones espiritistas, nada menos que en voz de Benito Juárez.

Álvaro Obregón, hacendado clasemediero que respaldaba a Díaz (en lenguaje de la época “no se metió” a la revolución maderista), años después diría que “el único pecado de Porfirio Díaz fue envejecer”. En realidad así era, pero no sólo de Díaz, sino de quienes co-gobernaban con él, cuya edad media estribaba en los 70 años. Los más jóvenes tenían 60 y los más viejos, 85. ¡Toda una gerontocracia!!

Así, el “Iluminado” Madero comenzó a agitar a su estado. De entrada, obtendría apoyo de los Estados Unidos en armas y dinero, pues los “gringos” no veían con buenos ojos que México se europeizara y que además, creciera su economía, amenazando la suya propia, no es que fueran muy democráticos, ni buenos, ni querían la emancipación del proletariado mexicano. Madero también, con su labia llegó a convencer a un senador coahuilense, medio veleidoso y mucho más veleta –que se iba con el viento que mejor le soplara--, egocéntrico que le fascinaba tomarse fotografías y lucir su espesa barba y sus espejuelos azules: Venustiano Carranza. También logró convencer a un iletrado aunque bienintencionado excapataz de hacienda: Emiliano Zapata y levantar (amnistía de por medio) a varios bandoleros y mercenarios que la policía porfirista no pudo apaciguar, entre ellos Pascual Orozco y Doroteo Arango (a) “Pancho Villa”. De igual manera, Madero llegó a contar con el apoyo de varios hacendados y empresarios jóvenes como él, pertenecientes a las nuevas generaciones “afrancesadas” y que vendrían a sustituir a sus padres y abuelos al frente de las empresas: con ideas más novedosas, pero igual de dictatoriales.

En las elecciones presidenciales de mayo de 1910, Madero perdía frente a Díaz. Cual moderno “Peje”, el llamado Místico de la Libertad por Enrique Krauze, desconoció los resultados e hizo un llamado a la sublevación general del país. La fecha: 20 de noviembre de 1910. Emblemática, porque fue el 20 de noviembre de 1876 cuando Díaz lanzó su Plan de Tuxtepec para derrocar a Sebastián Lerdo de Tejada. De paso, gracias a que por aquellos tiempos no había Ley Federal de Derechos de Autor, Madero le birló a Díaz su frase “Sufragio Efectivo No Reelección”, que también había sido el eslogan de la revuelta tuxtepecana y que heredarían los gobiernos priístas entre 1946 y 2000. Nada más que a Madero no le salían las cosas como él hubiera preferido y su guerra estalló 2 días antes gracias a que alguien le dio el pitazo al gobernador de Puebla de que la casa de los clasemedieros y medio mochos Serdán Alatriste guardaban armas y allí se iniciaría la revuelta en el Estado, mandó a la policía (30 efectivos) y mató a Aquiles, Maximino y otros seguidores. La única que se salvó fue Carmen. Prácticamente, ese fue el primer hecho de armas de la Revolución Mexicana.

A la postre, en un arranque de patriotismo excesivo y a fin de evitar que se derramase sangre mexicana por causa suya, Porfirio Díaz presentó su dimisión como Presidente de la República en mayo de 1911. Durante 6 meses le hicieron creer que la rebelión maderista eran motines de poca monta y que estaba controlada en su mayoría. El 31 de mayo, en medio de vítores y aclamaciones de cariño y respeto, abordó en Veracruz el vapor “Ypiranga” con rumbo a Europa, dejando al Canciller Francisco León de la Barra al frente de la presidencia, que le entrega al “Iluminado” Madero en noviembre de ese mismo año.

Pero como diría la Nana Goya “esa… es otra historia”


4 comentarios:

  1. Lo que cuentas esta muy apegado a la verdad te comento que :
    existe la version de que Don Porfirio sufria de una dolencia en de los dientes que no lo dejaba vivir ,fue quizas un motivo mas para decidir dejar el pais ya que en francia estaba mas adelantada la medicina odontologica

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  2. "podríamos calificar, efectivamente, a dicho periodo como una Dictadura… de la misma forma que podremos calificar a los gobiernos de Antonio López de Santa Anna, Guadalupe Victoria, Benito Juárez (aunque esto les duela hasta el alma a los masones, pero ni modo) y todos y cada uno de los gobernantes mexicanos desde que la tierra del Anáhuac osó independizarse dela Madre Patria…" Mmmh... ¿Y te dices masón?
    ¿Y te dices estudioso de la historia? ¡ Ja !... Decía el célebre filósofo José-José: ¡Pobre tonto, ingenuo charlatán!

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  3. "creó a la Universidad Nacional Autónoma de México,"...
    La Autonomía se logra hasta 1929, mi estimado masón estudioso de la "historia patria desde la escuela primaria y quienes no, gracias a la todopoderosa influencia "mediática de los mass media", ...Esto último ligeramente rebuznante digo, redundante McLuhan dixit.

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