El problema no es que exista un Papa, sino que lo deifiquemos. El problema no es que haya un Dios, sino que lo hemos olvidado. Creemos en la voz del hombre, pero desoímos cuando Dios nos habla directamente. Si el señor que vive en el Vaticano tiene sus propias ideas, allá él. Son muy suyas y hay que respetarlas, tal vez escucharlas y acaso, seguirlas si nos resultan buenas y no atentan ni contra nuestros valores ni contra la palabra que Cristo intentó (pobre, casi nadie le entendió) transmitirnos… pero de ahí a obedecer a pies juntillas, sin pensar, sin razonar, sin abrir nuestra mente, nuestro espíritu y nuestro corazón a Dios y saber si es lo que en verdad Él quiere, dista mucho.
Tal vez Nietzche tuviera razón: Dios ha muerto. Lo asesinó el Hombre. Lo peor es que seguimos como si nada, como si siguiera vivo, como si el Divino Cadáver aún hablara a través de sus “enviados”, sean sacerdotes, clérigos, rabinos, ulemas, imames o papas, cuando en realidad no es cierto. El Hombre habla, el Hombre lo escucha, y comienza a dividirse la humanidad. No es una división política, ni de lenguas, es una división de religiones: tú eres musulmán, yo soy cristiano. Tú eres judío, yo soy católico.
Si Dios hubiera querido que sólo conociéramos el Bien y el Mal, tal vez el mundo sólo lo hubiera hecho en blanco y negro. Afortunadamente, nos dio los colores del universo para nuestro deleite. Si Dios hubiera querido que no conociéramos el Bien y el Mal, no se hubiera tomado la molestia de plantar el Árbol del Bien y del Mal en el Jardín del Edén, pero para eso precisamente estaba: para que Adán y Eva, símbolos de la humanidad, lo vieran, lo probaran, lo sintieran. En realidad el diablo no hizo sino cumplir con el mandato divino, para que el mundo dejara de ser blanco y negro y fuera de todos los tonos del universo.
¡Ay, Dios! ¿Por qué nos has abandonado? En verdad que tendrías más éxito con respecto a Tu voluntad si hubiera menos clérigos, sacerdotes y profetas y hubiera más zarzas ardientes… creeríamos más en Tu Palabra y menos en los hombres imperfectos.
Qué mundo es este, si n Dios y con papas…
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