Todos buscamos a Dios.
Todos los hombres y mujeres del mundo buscan a Dios y crean métodos para hallarlo, e inventan misterios para ocultarlo del resto de mortales, para hacer más difícil su acceso. No es Él, porque no es un hombre. No es un Ella, porque no es una mujer. Es un Él-Ella. Es un Ello. Dios está por encima de parámetros sexistas. Es Ello Dios. Lo Dios.
Los hombres se contentan con encontrar no a Dios, sino a un dios, SU Dios. Han decidido encontrarlo. Si decides que hay un dios, lo encontrarás. Si decides que no hay dios, encontrarás que no lo hay. La mente es así de creativa, es así de tramposa.
Cuando no eres una mente, la realidad ES. Y la realidad es Dios. Y ese Dios no encaja con nadie, no puede hacerlo, no debe hacerlo. La religión verdadera no conoce de adjetivos ni de etiquetas. Dios es la vida misma, es una vitalidad tremenda, es expansión ilimitada, es infinito, un flujo sin principio ni fin. Dios es eternidad. Y puesto que hay eternidad, el tiempo no existe. Por ende, Dios es intemporal: no nació ni morirá. No fue creado y, por lo mismo, no será destruído. Él es. Ello es. Es quien Es. Ese es Su Nombre.
El Hombre busca a Dios. El masón es hombre y busca a Dios. Si el masón busca a Dios (al que llamamos “Gran Arquitecto del Universo”) sólo porque le han dicho una y otra vez que lo haga, entonces el término “Dios” o “Gran Arquitecto del Universo” se habrá hecho real en él, pero no forma parte de él.
Construimos templos, sinagogas, mezquitas e iglesias porque somos inseguros. Porque el hombre quiere encajonar a Dios: lo quiere para sí y para nadie más. Apenas empezamos a aceptar que Dios está en todas partes, pero porque nos lo han dicho; no hemos sido capaces de descubrir esto por nosotros mismos. Desde niños nos han dicho que Dios existe, por ende, lo damos por sentado. El término adquiere un carácter utilitario entre nosotros y para nosotros, lo mismo que “casa”, “árbol” o “silla”.
Oímos de nuestros padres, oímos de nuestros amigos, de nuestros maestros, de la familia, de los oficiantes religiosos, de todos. Dios existe. Es un dogma universal. El nombre que le demos es lo de menos.
En logia, se dice al Aprendiz que Dios existe. Utilizamos el argumento neoplatónico que cita: “(…) la materia no puede ni pudo crear la inteligencia (…) el pensamiento es la mejor prueba de la existencia de Dios”. Sin embargo, “pensamiento”, “existencia”, “materia”, “inteligencia” son palabras humanas. Por lo mismo son arbitrarias y, en consecuencia, imperfectas. Y lo imperfecto no es divino. Dios no es imperfecto. Por lo tanto, se podría invalidar este argumento masónico. Además de que el mismo reviste simplicidad e ignorancia humana al admitir la imperfecta inteligencia del Hombre. El Hombre precisamente piensa que sabe lo que no sabe, lo que es enfermedad de la mente y soberbia de la más grande.
Además, Dios nos está velado porque ninguna de las partes puede conocer al Todo.
Dios no está en las iglesias, ni en las mezquitas. No se le encuentra en las sinagogas ni en las pagodas. Todo esto no es más que reflejos de la mente del Hombre. Alejémonos de todo lo que está hecho por el hombre, porque carga las mismas neurosis que él. Si queremos sentir a Dios, hemos de ir a un lugar hecho por Él, donde podamos encontrar su firma.
Y ese lugar está en nosotros.
Dios es vida. Dios no es concebido como un objeto. Dios no promulga leyes, no es restrictivo. Es el hombre quien hace las leyes. La Verdad es Dios y la Verdad no se conoce como un objeto: uno mismo se vuelve la Verdad. Tú te vuelves Dios mismo. Hasta que muramos, Dios no será posible para nosotros. Dios no es una experiencia, pues nunca está separado de nosotros. No podemos verlo porque está oculto en el observador. No podemos confrontarlo.
Podemos orar. Mucha gente lo hace para sentirse cerca de Dios. La oración no es algo que hacemos, es algo en lo que nos convertimos. La oración es un diálogo silencioso con la existencia, con nosotros mismos, no con Dios. Dios no recibe respuestas con palabras.
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