Al Caminante que voluntariamente asume el Camino de la Masonería se le exige, ante todo, ser un hombre virtuoso antes que un hombre hábil.
El Camino de la Masonería es el Camino de la Virtud.
Las Virtudes son ideas; se encuentran en el mundo de las ideas. No son ilusiones, sino realidades. No son historia, sino esperanza. No basta con tenerlas como pensamientos verídicos, sino que deben ser acciones puras: actos de una conducta ideal. Son pensamientos, son expresables, son humanas.
El ser humano no creó por sí mismo a las virtudes: son una dádiva de Dios; son vehículos que nos sirven para estar en contacto con Él y ser Uno con Él y en Él.
El ser humano debe aceptar las virtudes de forma voluntaria y natural, sin haber lucha de por medio. Es un acto de libertad, pero también de disponibilidad. Ser virtuoso es un acto libre y espontáneo: no amerita ningún ritual ni es motivo de celebración o de ceremonias.
Las Virtudes son cualidades positivas en nosotros. Son la Fuerza que utilizamos para nuestra propia perfección (o más bien, perfectibilidad). Más que un pensamiento, son una actitud de Vida, por la Vida y para la Vida: son aspiración y meta.
No son un deseo, porque aquel que aspira a ser virtuoso corre el riesgo de convertirse en vicioso. El vicio en sí, es deseo, o la satisfacción del mismo. Y el deseo es hijo del Ego. Un egoísta no puede ser virtuoso.
Las Virtudes son muchas; pero el hombre virtuoso es sólo uno en nosotros.
Para ser virtuoso, el Iniciado debe cultivar la Voluntad, el Discernimiento, la Memoria, la Constancia y la Paciencia. Ha de ser una práctica silenciosa, individual y profunda. A través del Camino, encontraremos nuestra propia transformación interior con la práctica de las virtudes que cada quien considere gratas para sí mismo y para beneficio de nuestros semejantes y del mundo.
Así, hallaremos la Gracia a los ojos del Creador.
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